El chispita

Murió demasiado pronto. A sus 49 años de edad se llevaba la historia de una vida llena de trabajo, humildad y cariño por los suyos. Años atrás, antes de emigrar a la Barcelona de los años 60 para buscarse las habichuelas, él vivía con su mujer y sus dos hijas en un pequeño pueblo cordobés. Rafael Barraza fue músico de vocación, herrero de profesión y pobre de nacimiento.

En el pueblo todos le llamaban “El Chispita” pero no por las chispas que desprendía cuando trabajaba en la herrería, sino por la chispa que tenía al tocar el clarinete en las fiestas del pueblo. Con el poco dinero que ganaba solamente le llegaba para vivir de alquiler en una casa compartida. El ala derecha, para él, su mujer y sus hijas. El ala izquierda, para una familia desconocida. En el centro, una humilde cocina y un gran patio común.

Aurora, su hija mayor, era una niña inquieta y curiosa a la que no le gustaba dormir la siesta. Su abuela le decía que las niñas no podían salir a jugar a esas horas con los niños. Las niñas debían dormir. Pero a ella eso no le convencía, así que cuando todos dormían, ella se escapaba por la pequeña ventana de su habitación y se iba a jugar con su primo Cristóbal por los campos del pueblo. Cuando estaba en casa, jugaba en el patio común con la niña de la familia que vivía con ellos. El corral lleno de animales y el hondo pozo que había en el centro del patio no les asustaba ni les impedía en absoluto pasar horas y horas jugando a su alrededor. Muchas tardes, al salir del colegio, Aurora entraba en el pequeño habitáculo donde su padre tenía la herrería. Diez metros cuadrados y una minúscula ventana con vistas a la calle le bastaban a Rafael para ejercer su profesión en aquella casa de alquiler. Aurora veía día tras día a su padre sentado en una butaca frente a sus herramientas, trabajando sin descanso para ganar un jornal digno, para que su familia pudiese comer. Pero aquello no era suficiente. Rafael y su familia tuvieron que dejar aquella casa y emigrar años más tarde a Barcelona para encontrar un futuro mejor. Y en Barcelona siguió luchando hasta que un fatídico día de 1979 dejó a su mujer, sus dos hijas, una ya casada y la otra a tres meses de casarse y una preciosa nieta de dos años de edad, en una fría habitación de hospital de la Cruz Roja de Barcelona.

 

El marido de Aurora ha estacionado el coche frente a la casa, en un caluroso día de primavera de 2014. Se va a comprar tabaco y deja a Aurora sentada en el asiento del copiloto mordiéndose las uñas sin saber qué hacer. Duda si llamar a la puerta y pedirle a la actual dueña de la casa que le deje pasar, o dar media vuelta y marcharse de allí. Gira el torso de su cuerpo para encontrar la mirada de su hija de 32 años sentada en el asiento de atrás.

-Tu padre me hace pasar vergüenza, de verdad. ¿Cómo vamos a molestar ahora a esa señora que no conocemos de nada para entrar en su casa a chafardear?

–  Anda, mamá, no digas tonterías. Pues entramos con todo nuestro morro y ya está.

–    Ya vuelve tu padre. Ahora cuando suba al coche le decimos que hemos llamado y que no ha contestado nadie. ¿vale?

–    Vale, como quieras –dice su hija divertida. –Pero ya que estamos aquí, yo llamaría.

–    ¿Habéis llamado? –dice Manolo entrando en el coche.

–    Si, pero no hay nadie. Venga, vámonos ya, que tengo que hacer la comida.

–    ¿No hay nadie? Qué raro… Espera, que voy a llamar yo. –Manolo sale del coche decidido a llamar, así que Aurora, su hija y su yerno, le siguen.

Pasan unos interminables segundos hasta que una señora abre un poco la puerta asomando la cabeza.

-Buenos días señora. –se presenta Aurora. –Mire usted, soy la hija de Rafael Barraza, ¿se acuerda de él?

-¡Ay Rafael! El Chispita, le llamaban. Si, si, claro que me acuerdo. –Dice la señora abriendo inconscientemente un poco más la puerta que sujeta con la mano. Las curiosas miradas de los cuatro se adentran a la que fue una vez el hogar de Aurora. –Ahí tenía él la herrería –continúa, señalando la pequeña ventana que hay al lado de la puerta de entrada. –Desde ahí, le pegaba unos sustos a las mujeres que pasaban por delante de la puerta… era un guasón, siempre estaba haciendo bromas y de buen humor.

-Pues, mire usted, es que hace cincuenta años que no veo esta casa y me preguntaba si sería tan amable de dejarme pasar para verla.

-Claro mujer, pasad, pasad todos. –dice la señora terminando de abrir la puerta de par en par.

Y tal y como entran, Aurora empieza a recordarlo todo. La casa está muy cambiada, pero ella se hace un esquema mental y ve su antigua casa a la perfección. La señora les enseña la cocina. Donde antes había una estufa de carbón, ahora hay una moderna nevera. Salen al patio y a Aurora le cambia la cara. Donde antes estaban las picas, ahora hay un lavabo, y donde antes estaba el corral con los animales, ahora hay unas habitaciones para invitados. Pero todo lo demás continúa igual. Tal y como Aurora lo recordaba. Busca con la mirada el pozo y descubre que la señora lo ha tapado. Pero el pozo sigue ahí, junto a sus recuerdos. Su perspectiva de adulta hace que Aurora recuerde su forma de jugar como una locura. Dos niñas solas jugando alrededor de un pozo sin vigilancia de un adulto… No se puede imaginar a sus nietas haciendo algo así.

Gira sobre sus talones y entonces lo descubre. El minúsculo habitáculo donde Rafael Barraza trabajó como herrero durante tantos años. Está muy oscuro, pero se pueden adivinar con facilidad las medidas de lo que un día fue una herrería. Aurora intenta que no se le salten las lágrimas por vergüenza hacia la dueña de la casa. Entra despacio en lo que ahora es una despensa y su mente viaja cincuenta años atrás. Le explica a su hija cómo estaba organizado todo. Aurora se sienta en el aire imaginándose que está sentada en la butaca donde el Chispita trabajaba.

-Así, en este lado se sentaba mi padre sobre su butaca. –le dice con la mirada melancólica. –Y ahí, estaban todas sus herramientas. –dice ahora señalando la pared que hay frente a ella. –Madre mía, parece que le esté viendo ahora mismo aquí trabajando.

Y no solo ella, sino todos los que están allí, pueden imaginarse claramente a Rafael Barraza trabajando en su taller. Tres años después de que Rafael Barraza nos dejara, nació la segunda hija de Aurora. Una chica que ahora tiene 32 años, y que tendría que haber sido la segunda nieta del Chispita. Una nieta que él jamás conoció. Una nieta que siempre se quedó con ganas de conocer al que, por lo que todos dicen, era un gran hombre. La hija de Aurora, que no tuvo la suerte de conocer a su abuelo, el Chispita, saca su iPhone de su bolso para no perder la oportunidad de convertir el recuerdo de su madre en algo físico. Esta vez, Aurora se iría de aquella casa con la foto del taller de Rafael Barraza.

Cristina Pino

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