Instintos (inspirado en el libro » El perfume»)

Jean Baptiste vino al mundo en una epoca no exenta de drama social. Las clases más bajas, sometidas a una pobreza extrema hacían lo que podían para sobrevivir.
El momento de su nacimiento fue en la calle, encima de un suelo frío de piedra. Tan tosco y oscuro como el cuchillo de pescado que cogió su madre para cortar un cordón umbilical que más que emocionarle le importunaba.
Jean salió disparado, después de múltiples contracciones, por la vagina  para acabar en un rincón con cientos de tripas de pescado. Al no llorar, su madre pensó que había muerto. Se tapó la sangre que emanaba por sus muslos con los anchos y remendados faldones y siguió vendiendo pescado.
El bebé se movía lentamente como una serpiente, se impregnó del aroma putrefacto aunque salino, y fue la sal quién le sanó los arañazos que había sufrido durante aquella carnicería a la que le habían sometido.
Su madre no se preocupó de el hasta que llegó la hora adecentar un poco la calle de visceras y agallas.
El ya no estaba allí, el destino quiso fuera reptando hasta dar con una buena aunque pobre samaritana que aunque no podía cuidar de él lo dejo a las puertas de un convento.
Jean Baptiste, fue así como le llamaron, creció a lo largo, que no a lo ancho, alimentándose básicamente de leche aguada y gachas.
Desde pequeño pocas palabras usó, ninguna lágrima, ni cuando los curas usaban con él la Bara por desaparecer de la abadía. El los miraba con esos ojos oscuros y tristes y no decía nunca nada. Lo único que hacía era agarrarse el pelo y colocarse el flequillo enmedio de la cara para evitar el contacto con los demás. Mientras, los otros lo miraban de arriba a abajo sin entender cómo había sobrevivido aquel ser tan alto, delgado y esperpéntico.
Poco le importaba! El desdichado tenía un don y era que su olfato era excepcional.
Fui así como se convirtió en un gran perfumista en París.
Era un mago al mezclar flores con aromas de mujeres que escogía cuando, su nariz encontraba olores únicos para él.
Jean Baptiste quitaba una vida a cambio de un aroma.
No cualquiera, uno de los más espectaculares.
Era lo que tenía que hacer, seguir su instinto.

Como siempre había hecho desde su nacimiento.

Sònia Deixens – 26/11/2023

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