Per Montserrat Baduell Latorre
Está bien, lo confesaré… amo el cine. Lo amo desde que tengo uso de razón. Quizá ahora, por las responsabilidades adquiridas con los años, no puedo dedicarme a él como antes, pero, no por eso, he dejado de adorar el séptimo arte.
Entre mis primeros recuerdos están las sesiones dobles en cines de barrio, los maratones de pelís de Tarzán o de cuentos de Disney, amenizadas siempre con las palomitas de rigor. En aquellos tiempos ir al cine era relativamente barato. Te pasaban dos películas, estabas entretenido unas cuatro horas y volvías a casa con una satisfacción que no veas y el pompis cuadrado. Aparte de que tus progenitores agradecían que sus churumbeles hubieran estado tranquilos toda la tarde. Sigue leyendo