Doña Rosita

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Per Montserrat Baduell Latorre

Recorre la calle hasta encontrar el número treinta y cinco, el que reza en su tarjeta. La susodicha calle no inspira ya mucha confianza, pero el portal en el que cuelga un letrero destartalado con el nombre del establecimiento, la inspira todavía menos.

No sin reservas se introduce en la oscuridad que se oculta tras una puerta roñosa y medio descolgada llena de pintadas. Sube la angosta escalera y, cuando finalmente llega ante la puerta de la pensión, lee el rótulo al mismo tiempo que esboza una mueca irónica: “Residencia Rosita”.

–  Residencia… ¡ya les vale! – piensa mientras pulsa el timbre. Depende de quién me abra la puerta salgo por patas…

Al cabo de unos segundos oye unos pasos apresurados que se acercan a la puerta para, acto seguido, abrirla, dejando a Elena con la boca abierta.

– ¡Tu debes de ser Elena! – le grita entusiasmada una mujer de edad indefinida. Lleva el pelo teñido de un rubio oxigenado y cardado exageradamente. Parece salida de una serie televisiva de los años sesenta, aunque también podría ser la famosa señora Roper del “Tres en casa” y, no es que Elena la haya visto, es demasiado joven, pero sí que ha visto fotos y algunas escenas en el “youtube” y es la primera persona que le viene a la cabeza. Su indumentaria tampoco es el último grito y su maquillaje es realmente excesivo.

– Madre mía, ¡dónde me he metido! – sigue pensando Elena.

– Pasa, cariño. ¿Has tenido buen viaje?, ven voy a enseñarte la pensión y tu habitación. Elena consigue farfullar unas palabras mientras sigue a la señora Roper.

La pensión es antigua y algo decadente, pero por lo menos, por lo que se ve, está limpia. Se fija en las paredes, pintadas en colores desvaídos que han vivido tiempos mejores. Por todas partes hay colgadas fotos antiguas en las que una hermosa mujer viste llamativos trajes de revista.

– Guapa, ¿eh? – le pregunta sonriente la mujer cuando ve que Elena las observa, interesada.

– ¿Es usted? – le pregunta Elena.

– ¡Por supuesto! – le responde orgullosa. Perdona, pero no me he presentado. Soy Rosita, también conocida hace algunos años por “El vendaval del Paralelo”, querida. ¡En mis tiempos fui “vedette” en “El Molino”! Me hubieras tenido que ver… con esos trajes, esas plumas, ese cuerpo serrano… ¡qué tiempos!

– ¡Caray, ya he oído hablar de ese lugar!

– Hace años era espléndido. Pero su época dorada se acabó y la mía también. Mucho antes… Cuando dejé el espectáculo, con los ahorrillos compré este piso y abrí esta pensión. Evidentemente, no es el Hotel Vela, pero te aseguro que estarás a gusto. Ven, aquí está tu habitación.

Elena la sigue por el pasillo, en el cual hay varias habitaciones y, cuando llega a la última puerta, la abre y se la muestra.

– Aquí está. No es lujosa, pero está limpia y es lo suficientemente espaciosa para que te instales a gusto.

– Es usted muy amable, señora Rosita.

– De señora Rosita, nada, ¿eh? Aquí, para todo el mundo soy Rosita, y ya está. Ahora te dejo para que te instales y te refresques. Hace un calor de mil demonios. No hay aire acondicionado pero el ventilador del techo va muy bien, ya lo verás. ¿Cuándo empiezas a trabajar?

– El lunes. He preferido venir un par de días antes para adaptarme al lugar y empezar a trabajar descansada. Cuando empiece veremos si podré hacerlo.

– Bueno, hay mucho turismo, es verdad. Pero pronto te acostumbrarás a la nueva rutina, ya lo verás. Te dejo. La cena es a las nueve, la comida a las dos y el desayuno a las ocho. Nos vemos en un rato.

– Gracias Rosita. Hasta luego.

Cuando Rosita se va, Elena estudia el que será su hogar durante los próximos cinco meses. En su casa necesitan el dinero, así que ha dejado su familia y su zona de confort en Granada para trabajar durante el verano en Barcelona, como camarera.

Como ha dicho Rosita, la habitación no es lujosa pero sí cómoda y aseada. Hay una cama y una mesita de noche junto a las cuales dormita un viejo sofá al que una colcha con mandalas le ha brindado un poco más de vida. A un lado, un pequeño balcón que da a la calle por la que ha venido y al otro lado un armario antiguo, pero bastante espacioso. También hay una pequeña mesa que hace las veces de escritorio y una silla.

– Bueno, no está tan mal. Viendo el portal me esperaba algo peor, la verdad. Y, distraídamente, abre la maleta y empieza a organizar sus cosas.

Cuando termina es casi la hora de cenar, así que se ducha para refrescarse y se arregla para darse a conocer ante el resto de huéspedes.

Cuando entra en el comedor la primera reacción es la de salir corriendo. Un variopinto grupo de personajes la estudian con interés mientras ella los mira, incrédula, ante lo que ve.

Casi todos son viejas glorias del mundo del espectáculo, aunque parecen, a primera vista, salidos del circo de los horrores.

Rosita es la primera en reaccionar. Se levanta presurosa y pasándole el brazo por los hombros la acerca hasta la mesa.

– Queridos, os quiero presentar a un nuevo huésped. Se llama Elena y estará con nosotros estos próximos cinco meses. Ha venido desde Granada a trabajar y se alojará con nosotros.

– “Eso habrá que verlo” – piensa Elena con escepticismo. “Menudo personal”

– No te alarmes, querida – Rosita parece haberle leído la mente. Son un poco especiales pero muy buena gente. Casi todos ellos vienen del mundo del “showbussines” y a medida que se han ido retirando, o bien porqué no tenían familia o porqué la familia ha pasado de ellos, han recalado aquí, donde son bienvenidos.

– Bu-bue-nas noches – se oye decir Elena.  Encantada de conocerlos.

– Bienvenida, querida – le dice un señor mayor levantándose y dándole educadamente la mano. Yo soy Guiseppe “El Zapatones”. Y Elena mira discretamente hacia sus pies y ve, asombrada, que lleva unos enormes zapatos de colores vistosos, aunque el resto de su indumentaria es normal.

– Ja, ja, ja, ¡ya veo que te gustan mis zapatos! – Exclama Guiseppe al ver el asombro del nuevo huésped.

– Guiseppe fue payaso en los mejores circos del mundo. Se retiró hace algunos años, pero no ha podido desprenderse del todo del que fue su mundo durante toda su vida. Sus padres también fueron payasos y él nació, literalmente, en el circo donde ellos trabajaban. Lo lleva en la sangre.

– ¿Y no tropieza? – le pregunta Elena.

– ¡Jamás! Pero por la calle uso zapatos normales, ¿eh? – le dice con una sonrisa cómplice. A Elena le ha caído bien Guissepe.

Poco a poco Rosita le va presentando a los demás huéspedes: Manoli, la cupletista, hace años que se retiró, pero todavía lleva con orgullo el mantón de Manila, que, según cuenta, le regaló la mismísima Raquel Meller.

Paco “el guindilla”, cantaor flamenco que todavía intenta hacerse un hueco entre la gente de la farándula barcelonesa.

– Chiquilla, yo he sido palmero de muchos cantaores famosos, pero ahora quiero cantar en solitario…pero el tema está “jodío”. No están por la labor y eso que lo intento, ¿eh?

– Y aquí está nuestra futura soprano. Mercedes ha cantado en el Liceo haciendo algún papelito de poca importancia mientras estudia canto. ¡Será una gran cantante!

– Mucho gusto Elena y bienvenida. ¡Ya me oirás practicar!

Poco a poco le fue presentando al resto. Bueno, quizá no son tan raros, pensó mientras tomaba asiento en la mesa y empezaba a servirse la cena.

Pasaron los meses y Elena se fue adaptando a la rutina laboral y a los huéspedes de Rosita. Al final no resultaron tan raros y la “residencia” Rosita resultó ser un hogar para todos los que, en algún momento de su vida, recalaron en ese entrañable lugar. Si ahora le preguntaran a Elena donde preferiría hospedarse en Barcelona, sin duda elegiría la vetusta y decadente pensión de Doña Rosita, a la postre un verdadero hogar para sus clientes.

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