La mecedora de sueños

“Sentado en su hamaca preferida, apoyando su cabeza sobre su mano derecha, cerraba los ojos para disfrutar de su siesta, que no perdonaba y cuya duración no solía exceder los 10 ó 15 minutos. Como siempre, elegante con su chaleco y la camisa haciendo juego con sus calcetines. Era una persona muy detallista. Sus zapatos postrados a su lado hacían lo mismo que su dueño, un breve paréntesis que acortaba el resto del día” Sigue leyendo

Vela encendida

Ramón no podía entender que hacía allí.

Se había dejado arrastrar por el cariño hacía su nieta, Julia, a una conferencia de la cual no sabía nada.

La sonrisa de Julia, sentada a su lado, le transmite tranquilidad.

La sala del Palau de Congresos de Montjüic estaba repleta, lleno hasta la bandera. El o la conferenciante debe ser una persona muy relevante para convocar a tanta gente. Sigue leyendo

Su princesa

– Niña, ¿qué hora es? –me pregunta después de compartir juntos unos minutos en silencio.

– Son las cinco y media –respondo mirando mi reloj de pulsera. El reloj de la sala de estar va atrasado desde la semana pasada.

– ¿Vamos a merendar? –continúa él.

– Claro –le respondo pellizcando suavemente su rodilla.

-¿Y la abuela vendrá?

– Estará al caer, abuelo. Sigue leyendo

Hombre en mecedora

Hombre en mecedora
Ilustración cedida por Félix Baroni

Dormitaba en un intento de soñarla de nuevo, para crearla, recreándose en su recuerdo. Al cerrar los ojos la veía nítida y real. Perfecta. Tan cerca que podía sentirla, pausada y dulce, rítmica al compás de los latidos de su gastado corazón levemente agitado por su anhelo.
Hoy se mece en un cálido duermevela, acariciado por el sol vespertino filtrado tras el fino visillo. Todavía la sueña, la nota, la añora y la ama como sólo un genio atrapado lo logra.
Quizá la dibuje de nuevo, la perfile, la plasme, al óleo, a la acuarela o al carbón para dar vida a su pasión.

Mar González

El chispita

Murió demasiado pronto. A sus 49 años de edad se llevaba la historia de una vida llena de trabajo, humildad y cariño por los suyos. Años atrás, antes de emigrar a la Barcelona de los años 60 para buscarse las habichuelas, él vivía con su mujer y sus dos hijas en un pequeño pueblo cordobés. Rafael Barraza fue músico de vocación, herrero de profesión y pobre de nacimiento. Sigue leyendo