Un reto más; aprender a navegar…

Siempre esperando que llegara ese momento único y especial. Ese en el que dejaba volar mi imaginación a través de los cuentos que ávidamente mi padre seleccionaba.
Cada día cuando llegaba la hora de la cena solía engullir la comida en pocos minutos, pues sabía que lo que venía después era mucho más emocionante que cualquier exquisitez culinaria que se preciara.
¿Quién sería esta noche? ¿La liebre ó la tortuga? ¿Caperucita roja ó Cenicienta?
Mi juego preferido para qué os voy a engañar, era intentar cambiar el final del cuento, me divertía pensar que hubiera pasado si Caperucita se hubiera zampado al lobo por ejemplo, o si en la carrera que hicieron la tortuga y la liebre, hubiera ganado la segunda…. Así era como volvía locos a todos los cuentos en mi cabeza, porque a veces las cosas no son como parecen o no parecen lo que verdaderamente son, según se mire.
Mi favorito era aquel de “Las zapatillas rojas” de Hans Christian Andersen, pues me daba mucho juego, podía improvisar una buena coreografía, mientras imaginaba a la pequeña danzando sobre el escenario con sus zapatillas mágicas, cuyo color me niego a creer que el autor lo eligiera al azar, pienso que posiblemente lo hizo para atraer más nuestra atención, de hecho el rojo simboliza el poder (mágico en este caso como sus zapatillas) y a la vez la vitalidad; que en este caso podría poseer la pequeña.
Aunque de todos los que conozco, éste sigue siendo el más especial: “Aprender a navegar”.
Durante algún tiempo, mi padre, insistía en contármelo y más tarde era yo la que le solicitaba insistentemente que lo hiciera, facilitándole así la ardua tarea de elegir, ya que mi estantería de libros iba creciendo a la par que lo iba haciendo también yo.
Con el paso de los años hay partes de él que se han ido borrando y mi memoria ha ido llenando cada hueco para no dejarlo incompleto, haciendo de esta manera que naciera una historia renovada.

cuento“Dicen que un mes de Agosto un grupo de amigos por llamarlo de alguna manera, decidieron hacer un largo viaje en barco. Eran cinco; la tristeza, la alegría, la furia, la timidez y los celos.
La tristeza vagaba melancólica, decaída moralmente y con el rostro completamente abatido. Se hallaba asomada y contemplando el mar, pensando vete a saber en qué y llorando a la vez, cuando de repente se acercó la furia, toda decidida como es ella, agitada violentamente, intensa y con aires de superioridad y sin ninguna intención de buscar otro camino que no fuera aquel donde se hallaba temblorosa y alicaída la anterior.
Empezó una discusión acalorada entre ambas. La furia con mucho empuje y gritando que se apartara para que pasara ella, a lo que le respondió la tristeza que no podía, con cierta desgana y con la voz cada vez más leve.
Mientras todo esto se producía la timidez se ocultaba detrás de unas cajas que estaban cerca del escenario donde aquellas discutían. No pensaba salir, si lo hacía dada su inseguridad y dificultad para hablar en público, se pondría nerviosa y no sabría qué decir, puede que hasta cambiara de color, se sonrojara, temblara y tartamudeara; le era más fácil mantenerse oculta a la mirada de los demás, aunque le hubiera encantado poder ayudar, eso seguro.
Bien diferente a la alegría que pasó por allí cantando y acicalando su larga y aterciopelada melena, fresca, luminosa, optimista y placentera, así tal y como era ella. Entre carcajadas venía cuando se detuvo y cogió por el brazo a la furia acompañándola a abandonar el barco. En la distancia podía ver como se iba envenenada, con toda su ira, maldiciendo a todos, pero el mar la iba arrastrando y se iba haciendo más pequeña conforme se alejaba, hasta que por fin desapareció.
Qué bonito sería el cuento si la alegría gobernara aquel barco hasta su destino final, pero los celos que hasta el momento se hallaban dormidos con las canciones, risas y carcajadas de la otra, despertaron, y lo hicieron bruscamente, irrumpieron tiñendo el cielo de gris y provocando unos incontrolables truenos que a su vez originaron un oleaje desenfrenado del cual nadie pudo salir vivo.
Finalmente, el barco se hundió”
Mi padre solía decirme; el capitán del barco eres tú, así que si quieres cambiar el final de este cuento, aprende a navegar.

Mari Carmen Rubín

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