Está muy oscuro. Apenas veo por dónde voy. Soy consciente de la calle en la que me encuentro, aunque no sé cómo he llegado hasta aquí. Una voz a mi lado me informa que ya estamos llegando. Debo fiarme de ella, es la única guía que tengo. Con la palma de la mano voy buscando algo de referencia para ubicarme. Al fin, palpo lo que me parece el pomo de una gran puerta. Abro y una luz intensa me embarga. A mi lado, descubro a la dueña de la voz que me hablaba. Una antigua amiga de la infancia me sonríe y me indica con la mano que pase al jardín de su casa.
Aunque me siento como Alicia en el País de las Maravillas, reconozco el jardín. Hemos pasado tardes y tardes jugando en ese lugar. Llego al interior de la casa y descubro que todo continúa igual que antaño. Los mismos muebles, el mismo papel de pared. Las mismas cortinas blancas que ondean por la brisa que entra desde los grandes ventanales. Miro a mi lado y descubro que ella ya no está. Estoy sola en aquella enorme casa. Algo me llama la atención en la mesita auxiliar del salón. Me acerco con curiosidad hacia esos marcos antiguos que hay sobre ella. Los miro con detenimiento. En uno de ellos hay una fotografía en la que mi amiga y yo jugábamos en el jardín que acabo de atravesar. Sí, somos nosotras. Miro otro marco y descubro la imagen en blanco y negro de una niña con la mirada inquieta. Me mira intensamente y yo me estremezco. No soy capaz de aguantar su mirada así que decido tumbar el marco sobre la mesita para evitar sus ojos.
Miro a mi alrededor en busca de algo que me haga entender por qué estoy allí. Por qué he ido a parar a aquella casa en la que tantas horas jugué con mi amiga de la infancia. De pronto, veo una sombra pasar rápidamente frente a mí. Vuelvo a sentir ese escalofrío que me recorre toda la columna vertebral. Mi instinto me avisa para que me ponga alerta. Salgo al pasillo y vislumbro la sombra. Se acerca poco a poco a mí. Y yo poco a poco voy identificándola. Es la niña del marco de fotos. Vuelvo al gran y luminoso salón antes de que la sombra me alcance. Levanto rápidamente la foto para descubrir que está vacía. La imagen de la niña ha sido sustituida por un papel de fotografía blanco. No puede ser, me digo. No puede haber salido del marco de fotos. Vuelvo la vista atrás y la veo esperándome en el resquicio de la puerta. Noto la fría e infantil mano de mi amiga rozándome el brazo. Me mira con sus ojos azules y brillantes y entonces lo recuerdo. Te estaba esperando, me dice al fin. Vuelvo a acercarme a la mesa auxiliar y busco con la mirada mi fotografía. Ésa en la que salgo en el jardín de la casa con mi amiga. Pero ya no está. También ha sido sustituida por un papel blanco. Las tres protagonistas de las fotografías nos encontramos ahora en el gran y luminoso salón. Y solamente una de nosotras tres es adulta. Me acerco cuidadosamente a la niña de la fotografía. Poco a poco voy entendiendo lo que sucede. Esa niña soy yo.
Mi amiga de la infancia me vuelve a sonreír. Recuerdo cómo murió de un ataque al corazón en el jardín de su casa. No pudieron hacer nada para salvarla. En su lecho de muerte le prometí que nos volveríamos a ver en otra vida. Y aquí nos encontramos. Pero yo no quiero estar aquí. No quiero irme con ella. Todavía no. Noto una presión muy fuerte en el pecho. Como una descarga eléctrica. Tengo que salir de allí. Corro hacia la puerta de la casa e intento abrirla. Otra descarga recorre todo mi cuerpo. Vuelvo la vista atrás y veo a mi pequeña gran amiga alejarse. Está sola. La niña ya no la acompaña. Me sonríe y desde lejos leo en sus labios: nos vemos en otra vida.
Atravieso el jardín hasta llegar a la valla de la entrada. Giro el pomo con fuerza y salgo de allí inhalando una gran bocanada de aire fresco. Abro los ojos. Vuelvo a estar en la fría cama del hospital donde hace tan solo unos minutos, o eso me parece a mí, me aplicaban descargas eléctricas en mi pecho para hacerme volver. De nuevo estoy viva. En mi mano alguien ha dejado la fotografía en la que estamos mi amiga y yo jugando en el jardín. Nos vemos en otra vida, amiga, pero falta mucho tiempo para eso. Todavía me queda mucho por hacer en el reino de los vivos.
Cristina Pino