Por Montse Muñoz Rodríguez
-¿Pero tú te quieres? – Llevo una semana dándole vueltas a esta maldita pregunta. Aquella estúpida camarera me la hizo de manera automática al ver como yo volcaba, por accidente y sin inmutarme, mi plato de sopa hirviendo sobre mis piernas. Ella la hizo de forma instintiva, pero a mí me dejó mudo.

– ¿Me quiero? – No recuerdo sentirme querido en ningún momento de mi patética vida, tampoco haberlo sentido por nadie y menos aún por mí.
En el transcurso del tiempo, mi vida se ha ido llenando de rabia e ira; es el único sentimiento al que he dejado cavidad en ella. Ni tan siquiera odio, solo rabia.
No me siento orgulloso de ser quien he llegado a ser, pero tampoco me odio por ello. Soy un mierda… sí. Pura escoria.
Mi objetivo: Matar.
¿A quién? A cualquiera que estorbe en el camino de alguien con un puñado de €uros para pagarme por ello. La verdad que no lo sé, ni me importa.
¿Por qué? Por dinero, pero también por placer, porque me pone cachondo. Y ¿por qué no decirlo?, porque no sé hacer otra cosa. Mato desde niño. Por entonces mataba cucarachas, saltamontes, lagartijas. Conforme fui creciendo, también lo hacía el tamaño de mis víctimas: ratas, gatos, perros… Incluso crecía mi pequeña polla, la cual, ya empezaba a expulsar un líquido pegajoso.
A los 14 años me atreví con el inútil de Luis. Aún recuerdo como lloraba la desagradecida de su madre. La muy imbécil nunca me dio las gracias por dar aquel empujoncito al idiota de su niñito… barranco abajo. Que buena estaba la cabrona, menudas tetas tenía. Reconozco que no soportaba que se comiera a besos a aquel desecho que tenía por hijo.
Alrededor de los 16 años prendí fuego a la caja tonta que había en la chabola donde vivía con los alcohólicos de mis padres; lo hice mientras ambos estaban dormidos delante de ella. ¡Cómo no!, siempre pendientes de ese cacharro. La miraban más que a mí. En el informe judicial rezaba: “Muerte por accidente doméstico provocado por un corto circuito”. Esto me libró del reformatorio, pero no del orfanato; lugar donde conocí a Rafa. PADRE DESCONOCIDO, fueron las dos palabras que lo llevaron a él hasta aquel patético edificio, cuando la drogadicta de su madre también sufrió un “accidente doméstico” con un cigarrillo en la cama. Digamos que Rafa la gratinó por puta.
Nos unió saber que ambos habíamos terminado con la vida de la única familia reconocida que teníamos. Tuvimos los santos huevos de no aguantar más palizas, pusimos fin a nuestra tortura. A partir de ese momento recorrimos nuestro camino a la par, madurando juntos. Sabíamos, sin conocernos, que podíamos confiar el uno en el otro; éramos almas gemelas. Y eso es lo que hicimos al cumplir la mayoría de edad y ser expulsados como dos perros sarnosos de aquel antro.
Nuestro primer cliente fue un tipo con el típico problema: “mi vecino se folla a mi mujer”. Se acercó a nosotros y nos dijo: – Os doy mil pavos por pegarle una paliza al gilipollas aquel mientras le recordáis que la mujer de otro es sagrada.
¡Ja, ja, ja!, a ese se le quitaron las ganas de follar tan cerca de casa. No lo matamos de milagro. Qué tiempos aquellos, como disfrutábamos arreglando los problemas de los demás. En el fondo hacíamos el bien, éramos buenos chicos.
Lo más excitante que recuerdo de aquellos años de aprendizaje en el negocio “si tienes un problema, paga y dile adiós”, fue rajarle el cuello a un chaval. Nos contrató su padrastro, al cual, supuestamente le estaba jodiendo la vida aquel escuálido chico. Sinceramente, nos importaba una mierda el motivo, lo único que nos interesaba eran los 5.000 del ala que íbamos a recibir por rajarle el pescuezo a aquel inútil. Menudo fiestón nos dimos gracias a la falta de huevos del cobarde del padrastro.
Como pasó en mi infancia, a más edad los problemas que eliminábamos iban siendo mayores, lo cual, traducido a nuestro idioma significaba: Más pasta y fiestas a lo grande; sin privarnos de nada. Todo nos iba de puta madre hasta que uno de esos problemas resultó ser más grande de lo que habíamos calculado. Su guarda espaldas se lio a tiros con nosotros; Rafa no pudo esquivar aquellas balas y se desangró en aquel desértico descampado lleno de ratas.
A partir de entonces me ocupo yo solo del negocio, haciendo únicamente pequeñas faenas. Con un marido infiel se corren menos riesgos que con un pez gordo al que se le ha “olvidado” pagar la mercancía consumida. Por suerte para mí, el hecho de ser trabajos sencillos no es sinónimo de no ser excitantes. Me ponen igual de cachondo, o incluso más; ya que ahora no está Rafa para reírse de mis corridas.
Continúo pensando en aquella camarera. – Debería matar a esa zorra por hacerme la dichosa pregunta, desde luego que se ha ganado que la degüellen. – Y con ese pensamiento en mi turbia mente me dispongo a esperar a que cierre el bar para perseguirla hasta algún pasaje oscuro. Todo el mundo baja la guardia en el trayecto a sus casas. Saber que llegaran a un lugar seguro les da la confianza suficiente como para no darse cuenta de que se meten en la boca del lobo.
– Ahí está. Esa tierna zorrita no me decepcionará, seguro que gira por el callejón para acortar camino. Muy bien putita, voy a darte tu merecido por preguntona.-
En dos zancadas la alcanzo agarrándola fuertemente por su delgado cuello con una mano y con la otra le tapo la boca para que no despierte con sus gritos a los respetables vecinos. Forcejea y jadea a la vez, ¡como lucha la fierecilla! Debo degollarla, estoy ansioso por oler su dulce sangre. Noto mi polla orgullosamente empalmada, hasta que veo aquella maravilla; entonces se queda lacia, completamente muerta.
Bajo su camiseta asoma una redonda y preciosa barriguita. Un milagro envuelto en una tersa y suave piel. – ¡¡Qué coño haces, gilipollas!! ¡¡Ni se te ocurra matarla!! – Oigo a mi conciencia, una conciencia que no conocía hasta este momento… Imagino como ese bebé, aún sin formar completamente, se queda sin aire. Creo verlo asfixiarse mientras su madre se desangra. Incapaz de continuar reflexionando sobre esa imagen, la suelto dejándola ir. Mientras observo como aquella urna creadora de vida y futuro huye corriendo, retengo mis lágrimas para no aparentar lo que es evidente. Cabizbajo me largo de aquel callejón con deseo de emborracharme para dejar de hacerme lo que parece una estúpida encuesta. – ¿Qué me está ocurriendo? ¿Ahora voy de débil? – Tantas preguntas absurdas están haciendo cambiar algo en mí.
Durante días he dejado mi teléfono sin carga, no puedo salir a trabajar sabiendo que soy un puto cobarde y que me estoy convirtiendo en alguien débil. En un intento de olvidar aquella patética escena que pasa ante mi continuamente como si de una mala película se tratase, dejo pasar las horas y los días vaciando en mi boca este whisky barato, una botella tras otra, sin ningún control. No quiero pensar en lo ocurrido. No puedo permitirme ese tipo de arrepentimiento. O mato o no mato. Sin selecciones. A estas alturas no voy a hacer cuestionarios sobre las víctimas. ¿Tiene hijos? ¿Tiene familia? – ¿Y a mí que coño me importa? …- Me dan ganas de abofetearme por ser un estúpido cobarde fracasado.
Con la intención de poner remedio a esa cobardía, poso el vaso de whisky sobre la mesa y me dirijo tambaleando hasta el garaje. Apoyo mi mano derecha sobre la mesa de metal que aquí hay y sin pensarlo más… la separo de mi brazo de un hachazo.
No es un castigo, es la única solución para dejar de matar con complejos.
También ha sido el mayor placer que he sentido en toda mi apestosa vida, en la que empiezo a quererme.
Montse M.R.