Marian se apretó las sienes con el dedo índice y pulgar intentando así aclarar sus ideas entre tanto griterío. Era evidente que ése no era el lugar en el que ella quería estar. Los teléfonos sonaban constantemente y los clientes no paraban de exigir los materiales que compraron hace días y que todavía no habían recibido en su almacén. Marian añoraba los días en los que, sentada en el estudio de su casa, entre montones de libros, corregía manuscritos para entregarlos a las editoriales. Escritores nóveles, rezaban para que las obras que ella sostenía entre sus manos, llegaran algún día a ser publicadas. Eran buenos tiempos, en los que una podía dedicarse a trabajar de lo suyo y, lo más importante, cobrar por ello. El sonido del incesante teléfono le hizo volver a la realidad. No le daba tregua. Ese cruel ring-ring no le dejaba soñar despierta. Adoptó el modo automático para escuchar las quejas del cliente sobre algún pedido de algún material que no le interesaba en absoluto. Ni siquiera sabía qué contestarle porque no hablaban el mismo idioma. Español, sí, pero le hablaba de cosas de las que no había oído hablar en su vida. Estaba claro. Este trabajo era todo lo opuesto a ella.
No tenía ni idea de a qué se dedicaba esa empresa a la que venía a calentar la silla durante 8 horas. Suspiró desesperada por el aburrimiento que le ocasionaba su nuevo empleo. No le motivaba en absoluto. Todos los días esperaba con ansias que llegara la hora de salir y todas las semanas ansiaba que fuera viernes para dedicarse a lo que de verdad le importaba: los libros. Se llevó su taza a los labios para darle un sorbo, pero lo único que quedaba de café en ella eran los posos. Hasta eso lo hacía en modo automático.
Decidió llevar la taza a la cocina de la oficina para fregarla y así coger un poco de aire antes de volver a enchufarse a ese impertinente teléfono. No le apetecía en absoluto volver, así que se tomó su tiempo fregándola mientras llevaba su mente a otro lugar.
– Disculpa, ¿te queda mucho? -Le interrumpió una sensual voz.
De un respingo, volvió a la realidad y sus ojos se toparon con un atractivo y desconocido compañero de trabajo. No lo había visto hasta ahora, aunque teniendo en cuenta que solamente llevaba en ese empleo una semana, no era de extrañar.
– No. Ya estoy -Respondió tímidamente mientras secaba la taza. No se le ocurrió nada más que decir, con lo que se dispuso a marchar de ahí, hasta que reparó en una bandeja llena de bombones que el atractivo chico sostenía entre sus manos.
– ¿Te apetece uno? -le dijo ofreciéndole la bandeja. -Hoy es mi cumpleaños y he traído algunos bombones para mi departamento, pero ya nos hemos pegado un buen atracón, así que he decidido traerlos aquí para el resto de la plantilla. -Se explicó.
– Ah, pues ¡felicidades! -dijo Marian con una sonrisa en los labios.
– Gracias. No te había visto por aquí. ¿Eres nueva?
-Así es. -Asintió mientras le robaba de la bandeja un bombón envuelto en un brillante papel rojo. -Empecé el lunes.
– ¿En qué departamento estás?
– En Atención al Cliente. –contestó Marian mohína.
– Y no te gusta mucho…
– Bueno… Acabo de empezar y estoy aprendiendo un montón. -Mintió para ser políticamente correcta.
– Vale. Deduzco que eres una de esas personas que se quedó sin trabajo por la crisis y ahora le toca trabajar de lo que sea, ¿no?
Maldita sea. Le había calado.
– Dime. ¿A qué te dedicabas antes? -dijo él girando levemente la cabeza.
– Soy editora. Bueno, era. –dijo agachando los hombros.
– Sigues siéndolo. No importa lo que haces, sino lo que eres. Momentáneamente estás aquí, pero eso no significa que hayas dejado de ser quien eres. -Dijo con frescura.
– Ya, pero el caso es que creo que no quiero estar aquí. -Se sinceró.
– Quizás algún día alguien te ponga en bandeja la oportunidad que llevas tiempo esperando. Abre bien los ojos, porque quizás la solución la tienes más cerca de ti de lo que piensas. Quizás necesites fijarte un poco más en los detalles que tienes frente a ti. Quizás…
Se interrumpió a sí mismo en el momento en el que entraron otros compañeros a la cocina hablando animadamente del partido de fútbol de la noche anterior. Él le guiñó un ojo como si fueran los mejores amigos confidentes y ella entendió que la conversación había acabado.
Salió de la cocina con su bombón todavía en la mano. Lo miró fijamente y reparó en algo. Había un papelito enganchado al envoltorio en el que se podía leer un número de teléfono. ¿Sería del chico atractivo que acababa de conocer? No vio ponerlo en el bombón antes de ofrecérselo. ¿Sería quizás de otro empleado? ¿Quizás ese número iba destinado a otra persona? Había unos quince bombones en la bandeja. Era mucha casualidad que ella escogiera el bombón «premiado» y que éste estuviese ahí para ella. Quiso salir de dudas así que se sentó en su puesto de trabajo y llamó. Casi se le hiela la sangre cuando escuchó a su interlocutora. Después de hablar durante un rato, colgó para dejar la centralita libre. Inspiró fuertemente y contuvo el aire en su pecho, tal y como le habían enseñado en la clase de yoga. Todavía no podía creer que los ángeles de la guarda existieran. Jamás supo cómo pudo pasar. Pero pasó. Al otro lado de la línea, una editorial le ofrecía trabajo. Estaban esperando su llamada, le dijeron. Se levantó de su silla y volvió a la cocina a buscar al chico atractivo. No sabía cómo se llamaba ni en qué departamento trabajaba. Buscó y buscó por toda la oficina y nunca le encontró. Quizás fue producto de su imaginación o quizás fue el destino que quiso ser benévola con ella. Pero había algo que tenía bien claro: le acababan de brindar una nueva oportunidad en la vida.
Cristina Pino
¡Hola soy Joel y me ha parecido una historia bastante fresca , llena de esperanza, un canto a la vida
y a las oportunidades que da la misma. Solo hay que creerselo. ( lo leiste el dia que nos reunimos en el Céntric y me gustó)
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