Flor tardía de amaneceres rojos,
las cigüeñas pasean en las sombras de la noche
bajo la soledad de los cipreses,
que ya no tienen almas que alimentar,
ni niños a los que amamantar.
No marchitan las flores porque ya no quieren nacer,
ligeras de ropa anidaron las sandalias del descuido,
en el lupanar de los nobles sordos.
Allí yace mi alma,
con el perro de las lamentaciones y su aullido,
acrecienta el miedo a perder lo que nunca se ganó.
Pertinaz el sastre que adorna mi cuerpo
con escarcha del amanecer,
que de un silbido se rompe el ruido y ya, dejará de llover.
Sardinas, luciérnagas y vómitos de placer,
en la sangre oscura habita la noche que no quise volver.
Sarita Aguado