Vela encendida

Ramón no podía entender que hacía allí.

Se había dejado arrastrar por el cariño hacía su nieta, Julia, a una conferencia de la cual no sabía nada.

La sonrisa de Julia, sentada a su lado, le transmite tranquilidad.

La sala del Palau de Congresos de Montjüic estaba repleta, lleno hasta la bandera. El o la conferenciante debe ser una persona muy relevante para convocar a tanta gente.

Ramón mira a su alrededor y le sorprende la gran variedad de las personas allí congregadas.

Jóvenes adolescentes acompañados de sus profesores, padres, madres, hijos, abuelos todas las edades allí reunidas ofrecen un espectáculo lleno de energía y vitalidad al cual Ramón y Julia no son ajenos.

Una sonrisa, involuntaria, se coloca en el rostro de ambos.

Más Ramón no quiere estar allí, quiere volver a su rutina. Quiere regresar, después de un día de trabajo, y ser recibido por su barrigón y tranquilo gato negro.

Sentarse en su mecedora, de espaldas a la calle, calzarse sus desgastadas pantuflas y así, allí sentado, relatarle al espíritu, complaciente, de Mercedes su jornada.

Zas, el gato, en un inicio de aquellas apariciones, quiso arañar al espectro, erizaba su lomo y pretendía espantar así al fantasma. Pero ahora se paseaba, indolente, entre la presencia de la ausencia del gran amor de su amo.

Ramón le narra a ella lo sola que esta la gente. Le cuenta de Don Luis, el maestro, que no deja de padecer dolores de cabeza. Dolores provocados por la falta de atención de sus alumnos a sus explicaciones de algebra. Los chiquillos crecen salvajes y llenos de vitalidad. O Don Andrés que enviudo hace diez años y sufre de calambres nocturnos. O la joven Ana que anda buscando verga entre los vecinos para calmar sus ansias.

El sonido del teléfono corta el relato y al otro lado del auricular le llega la voz de Julia.

– Buenas noches abuelo. ¿Cómo te ha ido hoy el día?.

Sus llamadas colocan en Ramón una sonrisa limpia y brillante en su rostro.

– Muy bien hija. No tienes que preocuparte tanto por este viejo carcamal.

Pero a la vez se siente satisfecho de ser el centro de atención de ella por unos instantes.

La llamada es distendida y alegre.

Al terminar y nada más dejar el auricular en su lugar, suena el timbre de la puerta, lo cual espanta a Zas y extraña a Ramón. No es lo habitual a estas horas recibir visitas.

– Hola abuelo.

Julia saluda y seguidamente rompe la quietud de la estancia.

– Tienes que ponerte los zapatos.

Y no da tiempo al anciano a reaccionar cuando ya se los entrega.

– Venga que llegamos tarde¡.

El hombre no abre boca. Se deja llevar. Conoce a su nieta y sabe que no hay que llevarle la contraria cuando toma la directa.

Se montan en el vehículo y aparcan sin dificultades en el parking del recinto ferial.

Y ahora están allí sentados en una sala repleta de vida y bullicio.

La conferencia no es de profesionales de la medicina, como ellos. Más bien es una presentación de una conferencia sobre: “Lo que de verdad importa”.

Presentan a la conferenciante y la sala aplaude a rabiar.

Irene Villa, superviviente de un atentado terrorista de ETA, va hablar de cómo ella superó el dolor y el cómo ha seguido adelante con su vida.

Ramón ahora lo comprende. Y mira a Julia con cara de pocos amigos. Lo han llevado allí para aprender a superar el dolor de la perdida de su esposa.

Se mueve inquieto.

– No te pongas a la defensiva abuelo. Esto te va a ir bien a ti y a mi también. Ambos debemos de aprender a convivir con nuestro dolor.

Y toma la mano de su abuelo con cariño entre las suyas y en los ojos de ambos se asoman las primeras señales de lluvia. Pero esas lágrimas son suaves y dulces, son liberadoras de dolor.

El dolor compartido y contenido por todos los presentes es exortizado y mudado por paz y quietud.

Una vez terminada la charla, la multitud grita y se muestra excitada por las vivencias desmenuzadas por aquella mujer de poco más de treinta años.

Ramón y Julia se funden ahora en un abrazo de reconciliación mutuo.

-Gracias Julia, ha sido muy emocionante el venir hoy aquí.

El hombre apenas puede pronunciar estas palabras en un susurro, ya que la emoción lo embarga por completo.

– No abuelo, gracias a ti, por enseñarme como se ama de verdad.

Ya en su hogar, a solas, Ramón habla y habla con aquel fantasma y se despide del amor de su vida.

– Buenas noches Mercedes…

Ramón se calienta la cena y enciende la vela que ilumina la noche a quien ya no está junto a él.

Isabel Penelas

3 comentarios en “Vela encendida

  1. Isabel, asistí hace años a una charla que hicieron en Barcelona, las víctimas de ETA, y me has vuelto a situar allí, a lo que aprendí con aquellas personas, algunas mutiladas, otras, habían perdido a sus parejas. Fue tan humano lo que se vivió que recuerdo el aplauso de diez minutos interminables del público. Ahora, he sentido lo mismo. Deja que te aplauda por hacer de tu relato «un canto a la vida». Me encantó leerte.
    Toña Moreno

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    1. Gracias Antonia… yo lo espero ver en directo en el próximo que será en octubre del 2015… me he enterado un poco tarde de la asociación «Lo que de verdad importa»… pero ya sabes.. núnca es tarde si la dicha es buena… Gracias…¡¡¡
      Isabel P.

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  2. Buah!! una vez más me has hecho sentir mil emociones juntas! tu forma de hacerme viajar es impresionante! vivo experiencias a traves de ti y tus relatos y eso es maravilloso. Gracias! por esta lagrima que recorre mi cara al leer tu historia. Precioso emocionarse por algo así.
    Besos guapa!

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