Per Montserrat Baduell Latorre
Aquella mañana Julia hizo las mismas cosas de siempre. Se levantó, se tomó el primer café con leche del día, se arregló y marchó rápidamente hacia al trabajo. En el metro, las mismas personas, afinadas como sardinas, intentaban leer, jugar al Candy Crush, o, simplemente, dormitar durante el trayecto que les llevaría a la misma rutina de cada día.
También como siempre, en cuanto bajó del transporte público, se dirigió al bar situado al lado de la oficina para tomar el segundo café con leche. Este acompañado de un croissant recién hecho que Cristina, la camarera, le habría reservado.
Al ir hacia la barra, detectó a alguien nuevo. Esa espalda no le sonaba en absoluto. Allí sentado parecía un hombre alto, joven, con el pelo negro y lacio, un poco largo aunque no demasiado. Se dijo que el aspecto así, de espaldas, no estaba nada mal, aunque ya se sabe, luego se da la vuelta y…el castillo de naipes se desmorona. Estaba ocupando el lugar que acostumbraba a ocupar ella, así que, aprovechando un pequeño hueco que quedaba en la barra, se colocó a su lado.
Saludó a Cristina, la cual ya le estaba preparando un plato con el croissant y el café con leche, muy calentito como a ella le gustaba. En cuanto se sentó en el taburete, sintió que unos ojos la observaban. Ella miró hacia su izquierda, donde se sentaba el supuesto “guaperas” y en cuanto sus miradas se cruzaron…ella no pudo dejar de mirarlo. Sus ojos oscuros, profundos, la miraban con intensidad y también con asombro. Entonces, ambos, azorados, bajaron la vista.
En pocos instantes Cristina le acercó el desayuno y a continuación le sirvió al hombre que estaba a su lado un zumo de naranja natural y un bocadillo.
Sus manos chocaron cuando ambos fueron a servirse el azúcar y, al rozarse sus dedos, ambos sintieron algo parecido a un calambre. Volvieron a mirarse y esbozaron una tímida sonrisa mientras balbuceaban algo incomprensible.
– Hola – dijo él mientras le daba la mano. Me llamo Toni.
– Hola, Julia – le contestó ella.
Sin saber por qué ambos se levantaron y salieron al exterior. Cristina, desde el bar, vio, asombrada que dejaban sus desayunos respectivos intactos y que se dirigían al coche de ella.
Julia llamó a la oficina, dio una excusa y les dijo que hoy no iría a trabajar. Toni, por su parte, también llamó y se excusó de la visita que tenía que hacer en una empresa cercana.
En cuanto se sentaron en el coche se miraron y empezaron a reír. No sabían exactamente que estaban haciendo pero no podían evitar hacerlo. Se sentían muy próximos el uno del otro, había una total conexión y una atracción casi mágica que los hacía permanecer juntos aunque acabaran de conocerse.
– ¿A dónde vamos? – le preguntó ella.
– Donde te lleve el instinto – le contestó Toni.
Julia condujo durante una hora. La carretera los condujo hacia la costa, hacía un hermoso día de primavera y las playas estaban desiertas al ser día laborable. En un momento dado paró el coche, ambos bajaron y se dirigieron hacia la arena. Ella se descalzó y sintió el frescor matinal de la arena bajo sus pies. El agradable cosquilleo la hizo sonreír. Él la imitó.
– Espera…ahora vengo – dijo él de pronto.
Al momento regresó con una toalla que casualmente llevaba en el maletero del coche.
– Es de cuando voy al gimnasio – dijo al ver la mirada interrogativa de Julia.
Ambos se sentaron en la arena, mirando al mar. La brisa les alborotaba los cabellos y el sol de primera hora de la mañana les acariciaba la piel.
Estuvieron horas hablando. Ninguno de los dos sabría decir ni el tiempo, ni de qué hablaron. Solo sabían que ambos se descubrían y conectaban como si se hubieran conocido de toda la vida. Comieron en un chiringuito próximo y disfrutaron de una sobremesa relajada. Nadie hubiera dicho que hacía apenas unas horas no se conocían.
Tras la comida fueron caminando por la ciudad, sin prisa, simplemente por el gusto de pasear y ver los edificios, la gente andando o corriendo por las calles. La conversación fluía y de repente ambos se dieron cuenta de que no habían mirado el móvil en todo el día. Sonrieron y se dejaron llevar por su mutua compañía.
Cuando empezó a oscurecer volvieron al coche. Fue entonces cuando decidieron mirar sus respectivos teléfonos. Toni tenía quince llamadas perdidas y ella siete. Entre los dos tenían ciento veintitrés whassaps. Entre ellos uno de Cristina que le preguntaba si se había vuelto loca o se había caído de la cama esa mañana. Ella sonrió y le contestó que ya se lo contaría al día siguiente.
Regresaron hasta el trabajo, donde él había dejado su coche por la mañana. Al despedirse, no sin antes darse los teléfonos, ambos se miraron y se besaron. Fue un beso largo y lento en el que se dejaron llevar por los sentimientos que empezaron a aflorar en cuanto se conocieron.
De repente, ella oyó un sonido fuera de lugar. Le costó comprender que era su despertador. Cuando por fin lo hizo, lo apagó con desgana y tomó conciencia de que todo lo que había experimentado había sido solo un sueño. Pero había sido algo más que un sueño. Se había sentido tan bien, tan feliz, había sido un encuentro tan casual, tan inesperado… Toni era encantador… ¡y no existía! Además, había sido un sueño tan real…hubiera jurado que lo estaba viviendo.
Bastante decepcionada se levantó y procedió a hacer las mismas cosas de cada día. Tomó el primer café con leche, se arregló y marchó rápidamente hacia al trabajo.
Al acercarse al bar, sonrió con tristeza al recordar el sueño de la pasada noche. Desde fuera pudo ver a Cristina, que la saludaba a través de la ventana. Cuando accedió al bar, se dirigió al taburete de siempre. Ya le había dejado el plato con el croissant y el café con leche bien caliente. Al ir a coger el azúcar, su mano chocó con la de la persona que estaba a su lado. De inmediato, recordó la sensación…miró hacia la izquierda y allí estaba él. Ambos se miraron sorprendidos…