En ese momento no sabría decir qué me molestaba más, si la arritmia que me había provocado el despertarme de golpe con el sonido del timbre, si plantearme como una opción real el salir de la cama y ver quien era o, si por el contrario, los ladridos incesantes del asqueroso chihuahua que habíamos rescatado de la perrera y que respondía al nombre de gato, aunque yo le llamaba pepe, iniciales de puto perro.
El timbre volvió a sonar, esta vez con un tono mucho más molesto. Mis dudas quedaron despejadas, lo que más me molestaba era levantarme. Me puse los primeros pantalones que encontré en la silla sin mirar si quiera si era pijama, chándal o leggins de alguna de mis hijas, y así, a pecho descubierto, me dirigí a ver quién perturbaba mi único momento de tranquilidad en todo el día. Seguramente mi hija Rebeca se había vuelto a olvidar las llaves, lo cual la desheredaba ya para siempre.
Al asomarme a la mirilla comprobé que era una mujer elegante y guapa a la que no tenía la fortuna de conocer. Volvió a tocar el timbrecito y abrí, más que nada para dejarle claro que: 1, si Jehová quería algo de mí, que no viniera en mi hora de la siesta, o 2, que no le iba a enseñar una factura de mi recibo de la luz, para que me aplicara un supuesto descuento, en mi hora de la siesta.
─Hola, señor López, mi nombre es Mari Carmen, lamento despertarle a esta hora tan despreciable. Soy consciente de que solo por este hecho no quiera saber nada de mí aunque yo le dijera ahora mismo que le regalo un jamón, cosa que, seamos sinceros, no es verdad. Yo odio que me despierten a esta hora, y eso que no trabajo de noche como usted, aun así cada vez que me despierta el teléfono y es alguien de una compañía telefónica, me quiero pegar un tiro, o mejor, pegárselo al que está al otro lado. Quizás solo quiera prestarme atención si le digo que vengo a hablar de sus hijas─ dijo ella atropelladamente.
Respiré hondo y apoyé mi hombro en el marco de la puerta mientras pensaba en la cantidad de palabras que le cabían en la boca a Mari Carmen y en la cantidad de información que sabía de mí. Yo, en cambio, tenía la lengua seca como la suela de un zapato y era incapaz de reproducir sonidos que no fueran guturales. Tal era de lamentable mi estado que no reparé en que momento ella consiguió ponerme un cartoncito en mis manos. Miré su tarjeta de visita bastante rato, más que nada para ganar tiempo y acabar de abrir el ojo que me faltaba para saberme yo despierto. Una M enorme ocupaba casi todo el trozo de cartón negro y, justo debajo, un poco más pequeño pero en el mismo color grisáceo que la M, ponía “Servicios fúnebres”.
En ese momento me alarmé y me espabilé de golpe, como si todo el café de Juan Valdez lo hubieran metido en un gran bidón y me hubieran golpeado con él en la cara. Las primeras 2331 combinaciones posibles que se me pasaron por la cabeza y que contuvieran las palabras “servicios fúnebres” y “vengo a hablar de sus hijas” me horrorizaban. Y ella debió darse cuenta porque enseguida trato de quitar importancia a lo que me había dicho diciéndome que mi perro, el chihuahua asqueroso, era divino.
─No entiendo nada. ¿Quién es usted?
─Es complicado. Esta es la parte que peor llevo de mi trabajo. Seguramente la cosa irá así: Ahora se lo explico, no me cree, me cierra la puerta en las narices y se desvela del todo, odiándome sobremanera, al cabo de pocos días se da cuenta de que yo tenía razón pero ya es demasiado tarde porque no puede retroceder en el tiempo, me maldice, coge depresión, cae en el alcohol, coge el coche y muere al intentar atravesar la mediana de la autopista…
─Pe…pero… ¿Pero de qué coño me estás hablando?
─Le decía que es complicado, que es la parte que peor llevo de mi trabajo, que ahora…
─Escuche señorita. No sé si es una broma pesada y ahora mismo ni me importa, de verdad. Solo quiero llamar a mis hijas y a mi mujer para saber si están bien. Me he pasado la mitad de la noche conduciendo un camión y estoy muy cansado, así que por favor, váyase usted un poquito a la mierda… Hasta luego Mari Carmen.
Me dispuse a cerrarle la puerta pero algo me lo impidió.
─No me cierre la puerta, por favor. Llevo poco tiempo en este trabajo y a veces meto la pata. ¿Empezamos de cero?─ era más un ruego que una orden, así que acepté. La curiosidad por aquella mujer que hablaba a la velocidad de la luz empezó a gobernar mi cuerpo.
─De acuerdo, volvamos a empezar. Lo que tienes que contarme parece que es importante. Solo te pido que no des por hecho que no te voy a creer, tengo gran capacidad para la fe. Soy católico, voto en las elecciones y creo que mis hijas son vírgenes…y la menor tiene 16 años.
Ella respiró hondo, como queriendo coger mucho aire para poder decir muchas cosas a la vez durante mucho rato.
─Despacio…por favor ─le pedí.
─Está bien─ se tranquilizó y giró el cuello hasta relajarse y oír unos chasquidos en él, señal de que ya estaba preparada─. La M de la tarjeta, ¿de qué crees que es?
─De Mari Carmen, ¿no?
─Es mucho más complicado que eso. Soy la representante mortal en España de La Muerte ─dijo señalando la tarjeta─. M de Muerte, es una crack en publicidad, como ves. Es simpática aunque su trabajo es un poco estresante y eso la lleva a gritar bastante.
Yo no sabía que decir. ¿Me estaba hablando en serio de la muerte?… ¿la de la calavera con la guadaña? Me había despertado de la siesta una zumbada, de eso no había duda.
─Por su cara de incredulidad sé que no me está creyendo, así que te lo voy a demostrar…solo un poquito, que lo que voy a hacer no me está permitido.
En ese momento, Gato, que estaba entre mis piernas molestando, cayó fulminado al suelo. Muerto, sin vida. Le di unas pataditas con el pie a ver si reaccionaba pero no lo hizo. La sonrisa de satisfacción en mi rostro dio paso a la preocupación. Mari Carmen parecía hablar en serio.
─¡Hasta aquí!…pobre animal─ con un chasquido de sus dedos, el perro volvió a ponerse en pie y a ladrar otra vez ─. Que poquito me gusta hacer esto a los bichos.
─Entonces…¿has venido a por mí?─pregunté consternado, temiéndome lo peor.
Mari Carmen hizo una pausa larga, demasiado larga. Su cara reflejaba tristeza y la mía imagino que debía ser un poema. Juraría que le caía una lágrima cuando me respondió.
─No es a por ti a por quien vengo. No se cómo decirte esto…verás… Tus hijas han sufrido un grave accidente en el atentado de Barcelona esta mañana. Habían ido a comprarte algo entre todas para tu cumpleaños. Están mal, muy mal.
En ese momento me derrumbé, caí de rodillas pesadamente contra el suelo y una de las patas de Gato, que huyó de allí gimoteando…como estaba haciendo yo. Mis hijas se iban a morir. Nadie está preparado para esto, por muy fuerte que uno se crea que es. Mari Carmen también se puso de rodillas delante de mí y yo le abrí los brazos pensando que iba a abrazarme, pero no. Me puso la mano en el hombro y mientras se subía las gafas con el dedo, prosiguió.
─ Señor López, todas están tan mal que en circunstancias normales deberían morir. El caso es que La Muerte le tiene reservado un trabajito en unos años, un accidente con su camión donde morirán muchas, muchas personas. Mi jefa puede parecer que es una hija de puta, pero es justa. Me ha pedido que le diga que para “agradecerle” ese accidente, salvará la vida a casi toda su descendencia. Ahora bien, Sr López, a lo que he venido. Solo quería preguntarle una cosa ¿Cuál de sus 7 hijas prefiere que muera?
Jose Ramón Vera Torres