Por: Daniel Lerma Vilanova
Quien me iba a decir a mí, que el encuentro con aquella vidente daría un vuelco radical a mi vida ¿cómo fue posible eso? Yo era una persona que no creía en brujas, videntes y en toda esa clase de gente.
Las consideraba poco menos que parásitos, que vivían a costa de una sociedad marcada y necesitada por saber sobre su futuro más inmediato. Y ese tipo de personas, las embaucaban y les hacían creer que su magia les resolvería todos los problemas relacionados con la vida. El amor, la salud, y el dinero. Todo, absolutamente todo, quedaría resuelto, si hacían lo que ellas le decían. De paso y a cambio de ese servicio les sacaban un buen dinerito.
Yo, que era y me consideraba una persona con una mentalidad racional y que solía aplicar la lógica en todos los aspectos de mi vida, me vi envuelto e influenciado por aquella misteriosa persona y acabé analizando todo, bajo la perspectiva esotérica a la cual me indujo aquella vidente.
Y aquí comienza mi historia. Mi querida hermana Esperanza me pidió que la acompañara a visitar a una vidente, que se llamaba Clara, cuya consulta la tenía en una localidad situada a unos kilómetros de Barcelona, llamada Tiana.
—Está en una zona alejada del centro del pueblo, en una casa aislada y no hay ningún transporte urbano que llegue hasta allí, y los taxistas no se atreven a ir. La cita la tengo a las 9 de la noche y en caso de que me llevara alguno, dudo que me esperaran, una vez finalizada la consulta. No me quiero arriesgar, hermano— me dijo.
Sabiendo todo esto y teniendo en cuenta que la hora no representaba ningún problema para mi trabajo, ya que estaba fuera de mi horario laboral, me convencí a mí mismo de que debía llevarla, así que le dije:
—De acuerdo te llevo.
Sin embargo intenté convencerla de que podía buscarse a alguien más asequible y cerca de casa, pero ella me dijo que no, que ésta era la mejor. Se la habían recomendado y tenía pruebas fehacientes de ello.
Fracasado en mí intento de convencerla, y llegado el día de su consulta, emprendimos viaje con rumbo hacia la casa de la pronosticadora del futuro y adivina de sucesos ajenos, situada a unos 15 kilómetros de Barcelona.
Mientras íbamos de camino, yo le decía a mi hermana, en broma “oye si cuando llamemos a la puerta nos contesta con un ¿quién es? ¡Nos volvemos, eh!”. Nos reímos un rato, pero enseguida me dijo:
—Te aseguro que es muy buena, ya lo verás.
Me dije para mis adentros que eso iba muy en serio, así que me callé, pensando que mi hermana tenía un grave problema.
Cuando llegamos había oscurecido por completo, normal para aquella época del año; otoño, pero además, a medida que nos íbamos acercando al lugar, observé que aquel lugar, apenas tenía iluminación eléctrica.
La casa, que constaba de un piso y un bajo, estaba en medio de una calle sin asfaltar, solitaria. Tan solo la luz de una lámpara colgada de un poste, y rodeada de toda clase de animales lucífugos girando y atraídos como satélites alrededor de su sol, daban cuenta de su presencia. Al bajar del coche los ladridos, seguidos de algún que otro aullido, de unos perros, que intuía no muy lejanos, anunciaron nuestra llegada, “solo faltaba esto” —pensé.
Nos acercamos a la casa y aunque no veíamos a nadie, sentí que miles de ojos nos observaban, “me estaba empezando a acojonar”.
Seguí a mi hermana hasta la puerta, y al llegar a ella vimos que en vez de timbre, había un picaporte de aquellos antiguos que simulaba una mano agarrada a una bola. El sonido que emitió al golpear la puerta volvió a provocar más ladridos y más inquietud, si cabe, en mi persona. Al mirar hacia arriba para ver si alguien nos había oído, vimos que entre el marco de la puerta y la ventana del piso figuraba el número siete. A los pocos segundos una luz apareció a través de la ventana, e inmediatamente oímos un ruido, que hacía mucho tiempo que no oíamos, (era la apertura por medio de un cable accionado desde arriba). Después la puerta se abrió.
Las escaleras que nos llevaban al primer piso eran muy estrechas. Cuando llegamos arriba la puerta estaba abierta. La luz era tenue. Nos quedamos en la entrada esperando que saliera alguien a recibirnos, pero allí no había nadie. Entonces mi hermana llamó a la vidente.
- ¡Hola, Clara! ¿Podemos pasar?
Obtuvimos el silencio por respuesta. Nos asomamos a un largo y oscuro pasillo y pasados unos interminables segundos, oímos el ruido de unas pisadas no humanas y vimos el brillo de unos ojos, acercándose en la oscuridad hacia nosotros. Nos miramos e instintivamente, nos cogimos de la mano. Al instante apareció un perraco negro y enorme que se situó frente a nosotros mirándonos fijamente, mi corazón se puso a latir a mil por hora, y otros órganos de mi cuerpo subieron a velocidad supersónica hacia mi garganta, dejando un vacío enorme en mi bajo vientre.
Pero ahí no acabó la cosa, porque a continuación apareció un cachorro Pinscher-miniatura, de color rojo oscuro-marrón, que se agarró a mi pierna haciendo movimientos lascivos y convulsivos, y cuando quise zafarme de él con una sacudida de mi pierna, el otro grandote, me rugió babeando agresivamente y enseñándome sus colmillos amenazadores. Tras unos instantes interminables, salió una voz desde el fondo del pasillo, diciéndonos que pasáramos, pero en el momento de levantar el pie para echar a andar, el perro grande, que resultó ser un pastor alemán, abrió sus fauces emitiendo otro amenazante gruñido, que nos volvió a dejar paralizados en el lugar.
Por lo visto estaba protegiendo a su amigo “el salido” o ayudándolo en la consumación del acto de violación que estaba cometiendo con mi pierna. Por fin, salió la vidente y dijo:
— ¡Trump, Hitler, venid aquí! Perdonad estaba en el baño, tranquilos pasad, no hacen nada.
(¡Ostras, no hacen nada, pero me he cagado en los pantalones!)—rumié— ¡¿y los nombres de los perritos!? No sé quién era Trump pero seguro que era el que me quería joder la pierna.
Al final nos sentamos y mi hermana hizo las preguntas que traía para consultar y yo me quedé sentado en una silla detrás de ellos.
Se apagaron las luces, y mi hermana y la vidente permanecieron sentadas una enfrente de la otra alrededor de una mesa camilla, iluminada tan solo por una bola de cristal. Observé que la bruja se había colocado un pañuelo alrededor de la cabeza, y en sus manos portaba unas cartas del Tarot, que iba barajando y tirando cada vez que mi hermana le hacía una pregunta. A cada lado de la mesa la luz de unas velas blancas humeantes liberaba sombras inquietantes por la habitación.
Y así empezó la sesión, contestando y preguntando y vuelta a empezar. Si no fuera, porque temía que los perros que estaban cerca, me atacaran, me hubiera partido el pecho de risa. Aun así se me llegó a escapar alguna risita por debajo de la nariz ¡vaya fantochada! Aquello no tenía ni pies ni cabeza, pensé.
Cuando acabó la sesión y después de unas ininteligibles palabras para cerrar el tema. La vidente, no sé cómo adivinó mi incredulidad porque dirigiéndose a mí dijo:
—Ya sé que no crees en nada de esto, y que estás acompañando a Esperanza, tu hermana porque este lugar está muy apartado de la ciudad y no querías dejarla sola, cosa que me parece bien pero…
- Disculpe, yo no he dicho nada.
- Ya, solo te ríes, pero te diré tan solo una cosa. Escucha bien, tu vida la ha dirigido y seguirá estando marcada por el número siete
Yo, a ver, les tenía miedo a los perros, pero al final no me callé y le dije:
—Me parece una tontería, y ¿por qué no el ocho o el diez?
—Porque es el siete ¿en qué mes has nacido?
—En julio—le dije— ¿y qué?
— séptimo mes del año ¿Cuál es tu fecha de tu nacimiento?
—Nací el 9 de julio de 1989—le dije.
—La suma de estos dígitos suman siete, seguro.
- ¿y qué?
—Nada más. Pero no te rías el número siete dicta y marcará tu destino. Esta es una de las muchas cosas que podría decir acerca de ti.
Ya, tu nombre ya lo indica eres “claravidente”, lo pensé, aunque no se lo dije. Aquella tía me estaba dando miedo.
Salimos de allí y comentamos todo lo ocurrido mientras regresábamos a la ciudad. Entre otras cosas lo que le había vaticinado a ella. Que le iba a suceder en los próximos meses y las precauciones y medidas que debía tomar. Después comentamos lo que me había dicho a mí relacionado con el número siete.
—Qué tontería, ¿no? Lo del siete, digo. Por cierto ¿le dijiste tú, que yo era tu hermano?
—Bueno no sé, tú sabes que creo en estas cosas y no, no le dije que eras mi hermano. Lo adivinó ella sola.
—Pues a mí me lo parece, mira te pongo un ejemplo, nosotros somos diez hermanos, ¿sí? El siete no aparece por ningún lado.
—Claro que aparece, tú eres el séptimo.
—Te equivocas hermana, soy el sexto como Camilo, por delante de mí están… (Iba a nombrar uno a uno los nombres de mis hermanos, pero antes de continuar mi hermana, me interrumpió).
—No, escucha, mamá no te lo dijo nunca, pero antes de nacer tú, tuvo un niño que murió a las pocas horas de nacer. Se parecía mucho a ti. Yo tendría unos doce años cuando esto sucedió y al año naciste tú.
— ¡Ah! No lo sabía—le dije.
Seguí conduciendo pensando en todo aquello. Nos mantuvimos en silencio un buen rato y saboreé la idea de aquel hermano fallecido y de cómo hubiera sido mi vida junto a él, en cuanto a complicidad y entendimiento. No quería pensar más en el tema, era tarde y tenía ganas de llegar a casa. La dejaría primero a ella y después me iría a la mía a descansar. Ya quedaba poco para llegar, alcé la vista y vi un letrero en la carretera que decía: Barcelona 7 km.
Creo que empecé a fijarme un poco más en el dichoso siete ¿se estaba convirtiendo en una obsesión? Hice un recorrido mental sobre hechos importantes ocurridos en mi vida y… ¡ostras, mi boda fue en el 2017!
Y así fue como a partir de ahí empecé a ver sietes por todas partes; la clave de mi cuenta bancaria era el 7-14, mis números preferidos y fijos en la primitiva eran el 7-14-21-28-35-42, ¡siete y múltiplos de siete! Y lo más terrible de todo recordé que hace unos años jugué el 28.146 en el “cuponazo” y salió el 28.147.
Y aquí me tienen obsesionado con el siete. Me gusta jugar al billar y jamás destrocé un tapiz en los veinte años que llevo jugando, pues el otro día ¿saben que hice? ¡Lo adivinaron, un siete!
En fin, dejaré a mi hermana en casa y me iré a dormir enseguida, estoy agotado. Mañana tengo que “currar” a las ocho. Me levantaré como cada mañana cuando toque el despertador a las siete y… ¡vaya, otra vez el maldito siete!
Muy divertido Daniel. Cuando nos obsesionamos con algo, acabamos encontrándolo por todos los sitios.
Me gustaMe gusta