El Prat de Llobregat, 23 de abril de 2016
Hace 50 años, José Daniel un amigo de la adolescencia, optó por quitarse la vida. Y con él una parte de la mía también murió.
Esta carta va dirigida a José Daniel y a todo el colectivo de gais, lesbianas, transexuales y bisexuales de este mundo, que aún hoy en día son repudiados perseguidos encarcelados y asesinados por el simple hecho de su inclinación sexual.
Querido José Daniel:
Quiero pedirte perdón por lo que pasó aquella noche del mes de agosto del año 1967, y es que no pude evitarlo.
Hace unos días abrí una caja que tenía guardada en el altillo, y entre los diversos objetos como; fotografías antiguas, canicas, cromos, cuentas de un collar hippy, un dólar americano de papel, monedas de varios países, una bala de fogueo de cuando hice la mili y un arpa de boca, encontré la carta que escribiste para despedirte de mí.
Dentro del sobre y junto a ella una fotografía, en la que estábamos en traje de baño tú y yo, y una pareja de holandeses, vecinos nuestros en aquél camping de Blanes, dónde decidimos pasar unos días juntos. En el reverso de la fotografía una fecha 10 de agosto de 1967.
Recuerdo que éramos unos jóvenes dispuestos a ligarnos a todas las guiris que se pusieran a tiros y llevárnoslas a la cama, en nuestro caso, a la colchoneta de la tienda que habíamos alquilado en el camping. También recuerdo que, mientras yo no me comía una rosca, tú te ponías las botas con aquellas chicas mulatas francesas y holandesas, noche tras noche en la disco del pueblo.
Yo estaba cabreado porque no lograba ligar, pero me alegraba por ti.
– » Por lo menos hemos dejado el pabellón muy alto»-. Te decía, compartiendo el éxito que tú tenias.
También recuerdo sorprenderte, mirándome en alguna ocasión, mientras besabas a la chica de turno. Yo te hacia un gesto con la mano, de que no te preocuparas por mí, que ya ligaría. Y a pesar de que habíamos pactado tener la tienda a nuestra disposición para el primero que lo necesitara, tú nunca la utilizaste y siempre volvíamos juntos al camping.
Recuerdo José Daniel, aquel día que nuestros vecinos holandeses finalizaron sus vacaciones y organizamos una fiesta despedida. Compramos unas botellas de Sangre de Toro para acompañar la cena y un par de botellas de Calisay que tanto les gustaban a ellos. La fiesta transcurrió muy divertida escuchando música de la radio y riéndonos por las mímicas que hacíamos para entendernos, debido a nuestro pobre inglés. Sí, nos reímos mucho.
También recuerdo que el alcohol se nos subió a la cabeza, más a ti que a mí y acabamos revolcándonos los cuatro dentro de la tienda, riéndonos sin parar hasta que ellos se fueron a la suya, ya muy avanzada la noche. Cuando nos quedamos solos, recuerdo lo divertido que estabas y, como siempre desde que éramos más jóvenes, nos dio por pelearnos revolcándonos por el suelo a ver quién ganaba. A veces ganabas tú y otras yo, pero aquella noche te empeñaste en ganar tú. Me agarraste por las muñecas y poniéndote encima de mí, acercaste tu cara a la mía con intención de besarme. Tu mirada y el bloqueo que me hiciste para inmovilizarme, me sorprendieron y porque no decirlo me asustaron.
Reconozco que mi reacción fue enérgica y quizás desmesurada, pero no tanto como mis palabras, que hicieron que cejaras en tu empeño. Esas palabras resuenan aún en mi mente como un martillo, porque mientras tú me decías «te quiero y juntaste tu cara a la mía», y al oído me decías, «siempre te he querido» e intentaste acercar tus labios a los míos, yo te grité:
-¡Maricón apártate de mí!, ¡me das asco! ni se te ocurra tocarme, no me toques jamás en tu vida, ¿me has oído? ¡Jamás! y añadí, -¡Yo no soy maricón!- creo que grité tanto que todo el camping se despertó.
Después te acurrucaste en un rincón de la tienda llorando. Intentaste abrazarme de nuevo y te volví a rechazar, una y otra vez, pero tú, no parabas de decirme lo mucho que me querías.
Por la mañana intenté dialogar contigo sobre lo sucedido, pero tú negaste todo lo que me habías dicho la noche anterior. Después de las vacaciones y ya en Barcelona, dejamos de vernos una temporada hasta que recibí aquella carta en la que te despedías de mí y de este mundo.
Soy heterosexual, pero reconozco, que los tics heredados de la educación, que en aquel entonces teníamos en aquella sociedad pacata e hipócrita, dejó una profunda huella en mí. Y pido perdón por ello, pido perdón por no haber tenido la fuerza suficiente, para denunciar a todos aquellos individuos, entidades, gobiernos y estados que permiten y practican la homofobia.
Los supuestos valores morales basados en la herencia judeocristiana y encarnados por el régimen franquista, criminalizaba y condenaba con cárcel, cualquier inclinación sexual, que no fuera la basada en la relación hombre/mujer y dentro del matrimonio
Hoy en día en gran parte de nuestra sociedad todavía son rechazados y en otros países son juzgados, encarcelados y asesinados por manifestar su naturaleza homosexual.
Y en cuanto a ti José Daniel, perdóname, con el paso del tiempo he entendido, que no somos nosotros los que elegimos el amor, si no el amor el que nos elige a nosotros.
Con mucho cariño,
Carlos.
Daniel Lerma Vilanova.