Who those shoes belong to?

imagesV82NPR2CSi levanto la cabeza  y miro a través del cristal , el día se me antoja gris y sombrío. Aún no son las ocho de la mañana, todavía puede arreglarse el cielo, me digo. Miro a izquierda y a derecha. El tráfico es abrumador; cada día es igual o incluso peor. Tin-tin-tin. “Próxima parada…” . Me quedan tres para llegar a mi destino.

La hebilla de la correa del bolso se me está clavando en el hombro, así que me la vuelvo a colocar. Aprovecho para estirarme una arruga de la falda y atusarme el pelo. Todo con la misma mano y sin invadir el espacio de la persona que tengo al lado; en el autobús cualquier roce no deseado es motivo de miradas fulminantes, asesinas, incluso.

Voy de pie intentando mantener el equilibrio, lo que es toda una proeza teniendo en cuenta que el conductor no para de dar bandazos. ¿Dónde habrá conseguido su permiso de conducir? ¿En la tómbola de la feria?  Los últimos usuarios que han entrado nos han arrinconado un poco más a los que ya viajamos   desde el inicio. En una postura un poco incómoda, ya parezco una sardina en lata, intento mandar un whattsap a mi compañera de trabajo: “Lo siento! Llego tarde! ”, escribo, y añado una carita lagrimosa. Tin-tin-tin. “Próxima parada …”. Me quedan dos todavía.

Los diez minutos que me quedan por delante son muy aburridos porque el trayecto discurre en línea recta, largo y  monótono, sin distracciones en la carretera que lo hagan más ameno,  así que bajo la cabeza y me entretengo en uno de mis pasatiempos favoritos: Who these shoes belong to?

Mi hermana dice que los zapatos dicen mucho de una persona, que estos son una prolongación de la personalidad  y el remate final a toda una puesta en escena. Si vas muy bien vestida pero no eliges los zapatos adecuados, la has cagado, suele sentenciar a menudo. Y cuando dice esto, siempre me hace un scanner.

Justo delante de mí, a sólo un paso y medio, veo unas Converse rosas. Aguanto con la mirada fija puesta en ellas porque no quiero saber  todavía a quién pertenecen. Creo que las lleva una adolescente porque los tejanos que las anteceden son unos pitillo modernos color fluor, y la música que se medio escucha, la de la chillona esa de la Keysha,  sale de sus auriculares.

Cerca de las Converse  asoman unas  botas negras de goma. No son para la lluvia, más bien parecen calzado de  pescadero o de operario de trabajos forzados en la carretera. De nuevo  me resisto a alzar la vista. Aún no quiero saber si el hombre , porque intuyo que su dueño es un hombre, lleva puesto también un chaleco antirreflectante.

Si dirijo mi vista un poco más hacia delante, apoyados contra la barra donde se pica la tarjeta, diviso unos peep-toes de color beige. Por el agujerito asoman dos uñas perfectamente pintadas. Deduzco que pertenecen a una mujer joven que se preocupa por su aspecto. Puede que los lleve combinados con un maxi-bolso de Louis Vuitton del mismo color, o puede que el bolso sea de Zara, vete a saber, pero yo sigo sin querer resolver el misterio y busco el siguiente par de zapatos … Tin-tin-tin. “Próxima parada…”  ¡Vaya! ¡si ya sólo me queda una para bajar!  Pues ahora sí que voy a descubrir quiénes calzan esos zapatos.

La adolescente de las Converse rosas es preciosa; tiene cara de muñeca. Pero masca chicle sin parar, ¡qué decepción! En ese instante recuerdo lo que opina mi madre de los zapatos sucios:  uno puede ir muy bien vestido, pero si lleva los zapatos sucios, da muy mala imagen. Pues yo  sobre el masticar chicle, opino igual.

El hombre de las botas de goma ha resultado ser un chico joven  con unos enormes ojos azules. Me quedo embobada mirándolo y justo en ese momento, él gira la cabeza hacia el lado donde me encuentro , me mira y quiero que me trague la tierra de pura vergüenza. No sé si me ha descubierto, pero estoy tan nerviosa que no me he fijado en si llevaba o no chaleco antirreflectante.

De nuevo, me quedo pasmada. La dueña de los glamurosos peep-toes es una mujer de mediana edad que luce un tipo estupendo y una melena leonina surcada de perfectas mechas rubias.  En efecto, agarra con mucha clase un maxi-bolso, pero de Michael Kors y no de Louis Vuitton.

Tin-tin- tin. “Próxima parada: Plaza de España”. Por fin! Es mi parada y el final del trayecto. Bajo y conmigo, el resto de pasajeros. El 65 sigue su camino y yo el mío. Agarro con fuerza mi bolso y corro hacia el metro. ¡Uff! ¡Hoy voy a llegar muy tarde!

Por cierto… yo calzo unas bailarinas rojas. ¿Os dice eso algo de su dueña?

 Beatrice Holmes

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