Por: Daniel Lerma Vilanova
¡Ay! Guillermo ¿Qué nos ha pasado?, exclamaba para mí, mientras paseaba Ramblas abajo. Mis pensamientos estaban en otro lugar e inevitablemente, me fui sumergiendo en ellos con un diálogo interno y penoso totalmente ajeno al ambiente ajetreado de Barcelona, mi ciudad.
<<Aquella mañana habíamos vuelto a discutir, siempre por su familia, ¡una pena! Su hermana había salido a relucir otra vez. Ella estaba empeñada en que la cuidáramos, y, desde el mismo instante que la conocí, me lo hizo saber>>
Aún tengo fresca en mí memoria aquél día en que me presentó a su madre, (ya viuda), y a su hermana, (que era a la sazón, toda la familia que él tenía). Los tres vivían en un piso de su propiedad con cuatro habitaciones y dos baños.
No tardé en darme cuenta de que, la que iba a ser mi cuñada, era un parásito de la sociedad. Había sido mimada en exceso por su padre y por lo visto nunca la dejó crecer. El primer trabajo que tuvo la “niña” fue de oficinista escribiendo informes a máquina y le duró solo un día, le dijo a su padre, llorando, que le dolía mucho la espalda y al día siguiente ya no volvió.
El padre la protegió tanto que ya no volvió a trabajar en su vida. Siempre le dolía algo; unas veces la espalda, otras la pierna, la cabeza, en fin, una lista interminable de dolencias que hicieron que Paquita, nunca más intentara buscar trabajo, ni pegara un palo al agua, porque incluso su madre se encargaba de cocinar, limpiar y de lavar la ropa. La “nena” logró que todo el mundo estuviera pendiente de ella.
Su hermano Guillermo, mi marido, (de momento) había nacido diez años después que ella, y su padre, antes de morir, le hizo prometer que cuidaría de ella en su ausencia y él asintió.
Guillermo, se hizo cargo de administrar la herencia que les dejó, que fueron unos doce millones de pesetas, que en aquella época ya era considerada una buena suma de dinero. Aunque en casa vivían con el sueldo de Guillermo y la pensión de viudedad de su madre, Paquita, se las arregló para tener acceso a aquél dinero cuando a ella se le antojara y cuando así lo hacía, siempre aducía que aquello, había sido un gasto necesario.
Hasta aquí, la situación familiar con la que me encontré, al tomar contacto con la familia de Guillermo (pero sin saber, lógicamente, a lo que me enfrentaría en un futuro).
Guillermo y yo nos conocimos haciendo el camino de Santiago. Yo, le había hecho una promesa a mi padre antes de morir; haría el camino de Santiago pasando por su pueblo natal; Ponferrada, rezaría una oración por su alma y le pondría una vela al santo.
Coincidimos a la hora de la cena en el albergue de Astorga, en la comarca de la Maragatería. Congeniamos y aunque estábamos bastante cansados de la jornada, hablamos hasta altas horas de la madrugada, para sorpresa nuestra, descubrimos que éramos del mismo barrio de Barcelona y, aunque en diferentes fechas, habíamos ido al mismo colegio y eso, nos unió un poco más en nuestra relación.
Al día siguiente, por la mañana, emprendimos juntos el viaje, haciéndonos el camino más agradable. Por lo visto él, ya lo había hecho en varias ocasiones, su conocimiento del terreno era muy alto y no paraba de describirme todos los lugares por los que pasábamos, con todo lujo de detalles y amenidades.
Debo reconocer que Guillermo era encantador en su trato conmigo y que estaba suficientemente instruido para comentarme divertidas historias y anécdotas de aquella comarca. Me sugirió que visitáramos el pueblo arriero de Castrillo de los Polvazares, y comer después el cocido maragato, (plato típico de la región). Me explicó con todo tipo de detalles la receta del *cocido maragato, cómo y porque se comían primero las carnes del cocido y después la sopa (al contrario de los demás cocidos) y que el postre eran, las natillas.
Yo, no cesaba de asombrarme con sus conocimientos. Aquél día recuerdo que no nos movimos de allí, comimos y bebimos hasta la saciedad y tan llenos estábamos, que no vimos prudente continuar la marcha, no fuera que nos diera un corte de digestión, así que decidimos hospedarnos en una de las posadas
*Nota:
<<Cuando los maragatos recorrían las tierras de España como arrieros, llevaban entre sus utensilios, una fiambrera circular de madera, donde guardaban en ella porciones de carne de cerdo cocida que se conservaba fresca varios días. Al llegar a las posadas o mesones comían primero lo que ellos llevaban en sus fiambreras y para terminar y entonar sus estómagos pedían al mesonero una sopa o caldo caliente>>
<<Hay otra versión, pero parece menos probable y está relacionada con la época en que Napoleón invadió la península ibérica (allá por el 1800), en la llamada “guerra del francés” y era que los franceses se comían antes la carne por si tenían que correr a defenderse de los ataques de los españoles y que no les cogieran con el estómago vacío. Pero está más bien parece una leyenda fantástica>>
del pueblo en la que estuvimos haciendo el amor toda la noche y parte del día siguiente, solo parábamos para recobrar fuerzas y energías.
Fue un camino de Santiago que recordaré toda mi vida, creo que batimos el record del camino, pero al revés, (tardamos doce días en llegar a Santiago de Compostela, cuando normalmente se hacía en seis). Teníamos nuestra frase favorita que era: <<compóntelas como puedas Santiago, que todavía no llegamos>> ¡fueron días divertidos y muy felices!
Guillermo y yo, nos enamoramos y nuestra relación siguió en Barcelona igual de feliz. Después de un año, fantástico, saliendo juntos, en el que profundizamos en nuestra relación, decidimos casarnos.
Días antes de la boda, fuimos a comer a su casa y me presentó a su madre y a su hermana. Todo iba bien hasta que, en un momento determinado, después de comer, Guillermo y Paquita, (su hermana), se fueron a la cocina a fregar los platos y preparar el café. — ¿Te ayudo?— le dije. A lo que la madre me contestó— tú, quédate sentada, Júlia, siempre los friega Guillermo —y su hija añadió— “siempre” lo hace él, pero hoy le ayudaré, yo— remarcando el “siempre”, hecho que llegó a sorprenderme un tanto.
En consecuencia la madre y yo nos quedamos a solas y sin perder tiempo se acercó a mí, como si quisiera que no la oyera nadie más, y me dijo solemnemente:
—Mira hija, tengo una enfermedad incurable y no tardaré mucho en morirme— y se puso a llorar.
- ¡Ay, pobre! pero ¿qué le pasa? Guillermo no me ha dicho nada— le respondí.
- Tengo cáncer… Guillermo y Paquita, no lo saben— me dijo.
Me dio tanta pena que me puse a llorar también y a continuación, me dijo entre sollozos que le tenía que hacer una promesa, y yo toda complaciente viéndola tan mal, le dije que sí, sin saber siquiera, a que me comprometía.
Me dijo que su hija, a su muerte se iba a quedar muy sola, porque Guillermo y yo nos íbamos a casar y viviríamos en nuestra propia casa. Le contesté que Paquita, aún era joven y sabría manejarse sola, y ella negaba con la cabeza diciéndome que no, que no sabría desenvolverse sola, me agarró por el brazo y mirándome a los ojos, movía la cabeza negativamente y repetía: <<no, no sabrá>>, y me insistió — ¿me lo prometes, verdad?
—Sí, sí—le contesté precipitadamente.
Cuando volvieron los dos hermanos de la cocina, todos me miraban sonrientes. Advertí cierto gesto de complicidad entre ellos, y yo enamorada como estaba de Guillermo, no me di cuenta de la encerrona hasta que fue demasiado tarde para echarme atrás.
Lo que vino después fue esto y cito textualmente las palabras de la parásita, chupóptero, chupasangre de la hermanita: <<He estado hablando con mi hermano en la cocina que, cuando se muera mí madre, vosotros os haréis
cargo de mí >>, me quedé estupefacta, miré a Guillermo y viendo que estaba callado, le dije: << pero tú eres joven Paquita y aún puedes trabajar y… tu madre aún no ha muerto>>, giré la cabeza para mirar a mi futura suegra y sin darme tiempo a decir nada más, me interrumpió y me dijo: <<es que yo no puedo trabajar, ya lo sabe Guillermo, a mí me duele mucho la espalda y no puedo realizar ningún esfuerzo>>.
La cosa quedó así, pero cuando fuimos a coger el coche para volver a mi casa, le dije a Guillermo, que esa noche se quedara con ellas. Tenía que reflexionar en todo lo que había oído. La respuesta que me dio él, fue que toda la vida había sido así, Paquita, tenía poca salud (según ella) y convenció a su padre para no ir a trabajar. Me quedó claro que, la ‘niña’ ya nunca más trabajó ni fuera ni dentro de casa.
Mira, esto ya me estaba mosqueando. Poco a poco empecé a atar cabos y a comprender; porque se quedaba conmigo algunas noches, y también las salidas que durante muchos años, estuvo haciendo fuera de casa. Eran fines de semana, puentes largos e incluso algunas vacaciones las que pasaba fuera de casa solo o con sus amigos.
De repente, entendí los conocimientos que tenía sobre el camino de Santiago y le espeté:<<Guillermo, tú no salías a cumplir ninguna promesa al santo, ¡tú huías de tu hermana y de tu madre!, querías salir de casa y desaparecer por unos días ¿Es así no?>>.
Al día siguiente cuando nos vimos estaba muy conciliador y tranquilizador, me dijo que no me preocupara por ella: <<mira cariño, por el tema del dinero, no hay problema, porque nuestro padre nos ha dejado un buen colchón de dinero y una casa en propiedad, mi madre cobra una pensión de viudedad y con eso pueden comer y pagar las facturas>> y yo, te quiero.
Me convenció y al final nos casamos. Al principio vivíamos en mi piso que era de alquiler y que estaba cerca del de su familia, pero quise poner un poco de distancia y lo convencí para irnos a vivir a una población cercana a Barcelona. Dimos la entrada para comprarnos un piso y durante aquél año todo fue bien; el amor, el trabajo. Todos los sábados nos reuníamos con su madre y su hermana y siempre dejaba caer lo enferma que estaba y que la tendríamos que cuidar en un futuro.
Cansada de tanto lamento por parte de su “hermanita” dejé de acompañarlo los sábados argumentando que tenía que recoger la casa, pero Guillermo, sí iba. A mí, eso no me importaba, al contrario lo animaba a ir, curiosamente, empecé a saborear estar un rato a solas.
Un día, Guillermo, llegó a casa y me dijo que la empresa no iba muy bien. Empezó a cobrar cada dos meses y no siempre el sueldo entero. Así estuvo durante todo el año, hasta que quebró la empresa. Le debían un montón de dinero y no había manera de cobrarlo.
Mandó cantidad de currículos, pero no lo admitían en ninguna empresa, y la situación se hizo más grave en los meses siguientes. Había que pagar las facturas, que cada mes o cada dos meses caían inexorablemente. Las pagábamos pero llegábamos muy justos a final de mes. Le tuve que decir que se acabaron las cervezas de importación, las galletas y el chocolate especial de suiza, ¡ah! Y el vino de rioja, <<Luis Alegre>> que nos encantaba. Todos estos lujos pasaron a otros tiempos venideros, que esperábamos fueran mejor.
Así pasamos aquél segundo año de matrimonio, con apuros y carencias que hizo que nuestra relación se fuera enturbiando cada día más.
No lograba entender porque, si él, teniendo derecho a la herencia de la familia, no hacía uso de ella. Yo, ya no me compraba ropa nueva, no salíamos a cenar ningún día fuera de casa, no tomábamos ni el vermú en casa. Todo se sufragaba con mi sueldo (tuve que hacer más horas en el trabajo, incluso trabajaba algún domingo) y él, mientras tanto, no aportaba ni un solo euro a casa.
Un día le dije que tendríamos que buscar soluciones, porque yo no aguantaría ese ritmo mucho tiempo más y que todo eso en general estaba afectando a nuestra relación. << ¿Y qué sugieres entonces, Julia?>>—me dijo— << ¿Qué que sugiero, dices?>>.Le recordé que tenía el dinero del testamento, una casa grande y espaciosa y que podría hacer uso de él. Le aconsejé que podría alquilar alguna habitación para sacar algo de dinero. Me contestó que ellas no aceptarían, estaban acostumbradas a vivir solas.
Pasados unos meses, la situación seguía igual; él sin trabajo, sin cobrar lo que le debían y sin echar mano del dinero de la familia. Su madre se empezó a poner muy enferma y contrataron a una asistenta para hacer todas las labores de la casa, ya que la hermanita “como le dolía la espalda” no lo podía hacer.
Para postre él, se aficionó al ordenador, cada vez que llegaba a casa lo encontraba frente a él argumentando que miraba ofertas de trabajo, pero la casa estaba sin recoger, la cama sin hacer, la lavadora sin poner, el polvo se acumulaba encima de los muebles, y muchas veces tenía que hacerme la comida aprisa y corriendo, porque él, no había puesto ni la mesa. El resultado, peleas, gritos, insultos, falta de respeto mutuo total, ¡un completo desastre!
Mi suegra estaba cada día peor, hasta que una mañana no se levantó de la cama, se murió encogida como un pajarito. El cáncer se la comió, (aunque creo que se fue por propia voluntad ya que no pudo aguantar a la vaga de su hija, pero bueno eso son conjeturas mías).
El día que regresamos de enterrar a mi suegra, mi cuñada estaba << ¡tan abatida!>>que Guillermo se quedó con ella durante los cuatro días siguientes. Antes de irse, le volví a sugerir que le planteara la posibilidad de alquilar dos de las habitaciones que habían quedado libres, porque de esta manera solucionaríamos dos problemas; uno era la soledad de su hermana, y el otro la falta de liquidez y…por supuesto, que él administrara todo el tema. —No olvides que también es tu casa, ¡nuestra casa, Guillermo! —le recordé.
Cuando volvió —a los cuatro días—, le pregunté si había solucionado el tema, me contestó que no, que Paquita, no quería a nadie en su casa ¿¡su casa!? ¡Qué narices tenía la tía! Y, que ese dinero, era para ella, porque ella no tenía ninguna fuente de ingresos.
Al tercer año de matrimonio la situación no cambió Guillermo seguía en el paro y solía pedirme algo de dinero para sus gastos y eso originaba más peleas entre nosotros. Después de cada pelea, desaparecía durante tres a cuatro días y se iba con su hermana a la otra casa. Su presencia en nuestro hogar, se hacía cada vez más extraña.
Yo, continuaba pagándolo todo. Hasta que un día decidí a hablar con mi cuñada y al acercarme a su casa (mi antiguo barrio), vi que salía de un taxi con varias bolsas de compra donde se podía leer el nombre de unos almacenes conocidos. Me acerqué a ella y al preguntarle de dónde venía, me dijo que necesitaba alguna ropa de vestir y que de paso había ido a la peluquería de esos grandes almacenes… ¡Y yo privándome de todo!, ¡y su hermano protegiéndola!, me di la vuelta y regresé a casa indignada.
Para navidades de aquél año su hermano la trajo a casa para que no estuviera sola y, a la hora del café, le comenté que porque no alquilaba una habitación o se buscaba una ocupación. La contestación que me dio me dejó con la boca abierta, me dijo:<< cuando se me acabe el dinero, me ayudarás tú, que para eso eres la única que trabajas>>. De inmediato su hermano salió en su defensa, diciendo que, su hermana, desde que murió su madre, tenía agorafobia, y no estaba en condiciones de salir a la calle a buscar nada, dicho esto, Guillermo, se levantó y se fue a la cocina a hacer café. Yo le seguí y le dije:<<pues al paso que va, como no entre dinero extra en esa casa, acabará con el dinero de la herencia>> y le comenté que lo de la *agorafobia era un cuento, que la había visto bajar de un taxi con bolsas de compra y con el pelo arreglado de peluquería. Le dije que lo que tenía su hermana era *ergofobia o simplemente cuento. Se quedó observándome y no dijo nada.
Volví al comedor y le dije:<<escúchame bien bonita, tienes dos brazos y dos piernas igual que yo, así que, ya puedes espabilar, porque yo no te voy a sostener ¿Me has oído bien?
La reacción de ella, fue inmediata, se puso a llorar y, en una actuación, digna de la mejor de las actrices, se puso a patalear tirándose, incluso, al suelo del piso (confieso que me llegó a sorprender). Al instante apareció Guillermo pidiéndome explicaciones << ¿Qué que le había hecho a su hermana? Que estaba muy delicada y no se merecía ese trato, por parte mía>>.
Ella, por otro lado, pedía a gritos que la llevaran a su casa, yo le dije, ¡si anda llévatela!, y si te quedas allí mejor. Guillermo, me dijo de todo en medio
*Nota
Agorafobia:<< Temor obsesivo a los espacios abiertos que puede constituir una enfermedad
*Ergofobia: <<miedo irracional y persistente al lugar del trabajo>>
de los llantos fingidos de su hermana; << ¡bruja, déspota, asquerosa, inhumana!>>
Cuando volvió a los cuatro días ya cerca del final de año me senté con él y le pedí que se sincerara conmigo, porque ese comportamiento por parte de ella no era del todo normal, y el suyo tampoco. Le dije que me separaría de él si no lo hacía. A trancas y barrancas fuimos hablando, (a ratos chillando) pero al final me explicó que su hermana siempre lo había cuidado de pequeño; lo bañaba, lo acostaba, dormía con él.
Le pregunté hasta que edad se había hecho cargo de él, pues parecía que lo hubiera hecho hasta una avanzada edad. Y me dijo:
—Pues sí, ella cuidó de mí muchos años.
— ¿Cuántos? Le pregunté—
—Hasta los quince años—
— ¡¡quince años!!— Exclamé sorprendida — ¿¡y aún te bañaba!?— Pregunté escandalizada —Sí y también se ocupaba de mi padre.
— ¿Pero tu padre estaba enfermo?—le pregunté——No, pero, a veces, venía de trabajar muy cansado y a ella se le dan muy bien los masajes y le daba calor.
— ¿y tu madre que decía?
—Nada, los dejaba solos. Después, cuando murió mi padre, todas las noches venía a mi habitación y me abrazaba muy cariñosamente, hasta que me dormía. Por eso no te consiento que hables mal de ella, le debo mucho y la tenemos que ayudar.
— ¿Guillermo, que pasa entre tu hermana y tú?, ¿Qué clase de relación tenía con tu padre?
—Nada, le hice una promesa a mi padre, eso es todo. En cuanto a mi padre, ella era la niña de sus ojos.
Yo, estaba alucinando con todo lo que me explicaba ¿Qué es lo que vi yo en Guillermo para enamorarme de él? ¿Qué ciego es el amor? —pensé—
Pero, apliqué la lógica del sentido común y lo empecé a ver claro <<su hermana lo tenía secuestrado emocional y psicológicamente y deduje que tenían una relación patológica >>. Así que le volví a repetir lo mismo que le dije días anteriores, <<que la había visto bajar de un taxi y que cuando le pregunté, me dijo que venía del Corte Inglés de comprarse unos zapatos, un jersey y que también se arregló el pelo en la peluquería.
— ¿No te das cuenta Guillermo, de que tu hermana nos está tomando el pelo?—Pero a mí, no me lo toma más. —
—Pero Julia, ¿qué quieres que haga?— me preguntó.
—Muy sencillo Guillermo, administra el dinero de la herencia, alquila las habitaciones que quedan libres en el piso de tus padres y que tu hermana lo mantenga limpio y en condiciones. Lograremos con esa solución varias cosas; tener a tu hermana ocupada, acompañada y controlada y nosotros tendremos un dinero que nos ayudará a pagar nuestras facturas y a ella le das un dinero para sus gastos ¿de acuerdo?
—Hablaré con ella— me dijo en una escueta respuesta.
Por la noche cuando llegué del trabajo, le pregunté y me dijo:
—No va a hacer nada de todo eso, mi hermana se niega rotundamente—
—Guillermo, tienes que elegir, tu hermana o yo. No puedo llevar el peso de todo, yo sola, teniendo tú, la solución en tus manos—
—Pero Julia, es que no puedo hacerle esto a mi hermana, la quiero demasiado y no puedo llevarle la contraria, su salud es muy precaria—.
Es por eso que estoy paseando por mi querida Barcelona y pensando todo el tiempo en Guillermo y esa extraña relación con su hermana.
He visitado la Catedral de Santa Eulalia, la Plaza de San Jaime y mis pies me han llevado al interior de la Catedral del Mar, y mis pensamientos no cesan ni un instante, me golpean incesantemente;<<Guillermo, Paquita, ”la vampira”…¡la hipoteca!… ¡basta!
Salgo a la calle y enfilo el Paseo del Born, alzo la vista y veo una luz de neón que anuncia:<<El Copetín, los mejores mojitos de Barcelona>>, no lo pienso ni un segundo, entro y aunque está un poco oscuro, me siento en una mesa, y pido uno. Mientras me lo sirven veo unos sobres y papelitos, con una leyenda que dice:<<si quieres mandar un mensaje a otra mesa, díselo a la camarera y ella te lo llevará>>. Echo una mirada a mí alrededor y distingo al fondo del local, a un hombre joven y muy atractivo que me está observando —es divertido— pienso. Pero descarto lo que estoy pensando, todavía estoy deshojando la margarita.
He acabado con las palomitas que me sirvió la camarera con el primer mojito, y pido otro más, Me he acostumbrado mejor a la luz ambiental del local y con el tercer mojito, me doy cuenta de que el hombre del rincón cada vez me parece más atractivo y que… los problemas, paulatinamente, se van alejando de mí mente. Las miradas furtivas de un principio, se tornan más directas e incisivas con aquél hombre.
La camarera me despierta de mi ensoñación contemplativa y me trae un cuarto mojito —que yo no he pedido—, con un sobre por el que asoma una nota y me señala hacia el rincón, leo la nota y el mensaje hace que sonría y que deje de pensar en Guillermo.