Eran las tres de la madrugada cuando una llamada telefónica, despertó al inspector de homicidios de la Jefatura de Policía perteneciente al Baix Llobregat. Tenía la costumbre de tomarse dos o tres cubatas de whisky antes de ir a la cama. Era como tomarse una pastilla para dormir, «tú te tomas una pastilla para dormir, ¿no?, pues yo me tomo tres cubatas», solía decir a quién le recriminaba tal hecho. Pedro Hernández reconoció la voz de su subordinado Juan C. Ibáñez al otro lado de la línea:
-¡Inspector, soy Juanki, oye han encontrado el cadáver de una joven en un hueco de la escalera del piso donde vivía! ¡Un vecino vio un bulto extraño en el hueco que hay detrás del ascensor y nos ha llamado!- le dijo su subordinado.
-¡Joder ahora que había cogido el sueño!, dame la dirección Juanki- le dijo el inspector.
-¡Apunta! C/. Guadalquivir, 38 en el barrio de San Cosme- ¿¡Lo tienes, cuánto tardarás!? Le preguntó.
-En media hora estoy allí, mira por ahí a ver si averiguas más cosas. Interroga al vecino que la descubrió y toma buena nota de todo, ¿de acuerdo? le ordenó.
-¡Yes, mon capitein! le contestó el ayudante.
Al parecer un vecino que había sacado su perro a hacer sus necesidades, fue el que descubrió el cadáver de la chica, enrollado en una alfombra persa, detrás del hueco del ascensor en la que se encontraba la puerta de acceso al aparcamiento. La muerta no presentaba signos de violencia, a excepción de unas marcas en el cuello.
Una espesa niebla azotaba el barrio de San Cosme. Cuando el inspector Hernández llegó al lugar donde encontraron el cadáver, no pudo evitar que un escalofrío recorriese todo su cuerpo.
-¡Esta humedad me va a matar!-, masculló el inspector.
Llevaba muchos años tratando casos de asesinatos, pero todavía se sobrecogía por estos. Y este no era una excepción. No tenía datos aún, pero su olfato le decía que había algo especial en este asunto. Su instinto, casi nunca le había fallado. Echó un vistazo a las casas de alrededor y se percató de que en realidad no estaban en el corazón del barrio. Aquello era una prolongación de las 800 viviendas con terreno yermo a su alrededor y susceptible de especulación urbanística.
Unos pisos de bajo alquiler, hechos por el ayuntamiento para alojar a estudiantes venidos de fuera. Integrantes de familias desestructuradas y gente que estaba en el paro y no podían adquirir vivienda alguna, completaban la ocupación de los pisos.
-Al menos problemas de aparcamiento no tendrán esta gente- , Pensó, buscó a su ayudante entre el grupo de gente arremolinada en el vestíbulo de la vivienda y le dijo:
¿A ver Juanki que has averiguado?
-Ahora te lo cuento, mientras llegabas ha venido la forense y está echándole un vistazo al cadáver de la chica. Otra cosa, el vecino dice, que fue su perro quién la descubrió, y que cree que la chica es su vecina, lo sabe por los zapatos que calza, (aunque en realidad solo llevaba uno). Dice que su perro jugaba con el de ella, siempre que se veían en el pipi-can, por eso gimoteaba cuando la vio enrollada en la alfombra- Le explicó casi sin parar, mientras se dirigían hacia el lugar donde estaba examinándola la forense.
-¡Vaya sorpresa, Serena!-, dijo el inspector cuando vio a la forense.
-¡Hombre inspector Hernández, hoy te han hecho levantar de la cama muy temprano, no te habrá dado tiempo de dormir la mona, verdad!-, le soltó la médico forense.
-¡Vaya veo que sigues tan simpática como siempre!, y siguió.- ¿Qué nos dice el cadáver Serena?
-Causa de la muerte asfixia por estrangulación, hora de la muerte entre las 11 h. y las 12 h. de esta noche. Es más que probable que haya sido asesinada en otro lugar, posiblemente cerca de la playa. He encontrado arena en sus cabellos, en la ropa y en el único zapato que calzaba, así como restos de resina de pino pegada en su pantalón-, Le informó la forense y continuó:
¡Ah, otra cosa y muy curiosa por cierto, he encontrado en una de sus manos un escudo del Sevilla! , te lo dejo en una bolsita puede ser una prueba. Seguramente se defendió con uñas y dientes-. Le dijo Serena enseñando los dientes y poniendo las manos en forma de garra.
-¿Más indicios que nos de pistas, preciosa?- le preguntó el inspector mientras iba tomando notas en una libretita que utilizaba para estas ocasiones.
-De momento hasta que no realice la autopsia y la inspeccione con más detalle en el Centro de Patología Forense, no. Te llamaré en cuanto la tenga.-, Le contestó.
El inspector Hernández echó un vistazo alrededor, por si veía algo que le diera pistas, se preguntaba, porque alguien que mata a otra persona en un lugar, envolvía a su víctima en una alfombra persa y la depositaba detrás de un ascensor lejos del lugar del crimen.
-Juanki tráeme al vecino que la encontró-, le ordenó Hernández.
Cuando el vecino estuvo delante suyo, le enseñó la placa y se presentó- Soy el inspector Hernández de homicidios.
A ver ¿Usted dice que conocía a la víctima, dígame su nombre, donde vive, y como se llama la víctima, dice que era su vecina? le interrogó el inspector.
-Me llamo Manolo Jiménez y vivo en el tercer piso puerta 2ª la chica se llama Teresa y vive, perdón, vivía justo al lado mío, o sea en la puerta 3ª.
-Dice usted que su perro y el de la víctima eran amigos, entonces ¿Ustedes también lo eran, no?, le preguntó.
-No, no, yo no era amigo suyo, los perros sí, pero yo no. Esta chica no me gustaba. A su casa venía mucha gente a altas horas de la madrugada y a veces armaban mucho escándalo. Le contestó.
-¿Sabe a qué se dedicaba la joven?, le preguntó.
-Mire inspector aquí en estas viviendas vivimos gente de todas clases. Gente en el paro, gente que no da un palo al agua, pero se gana la vida con el «trapicheo», estudiantes, familias separadas, y se ven cosas pero yo, no quiero meterme en líos, sabe no quiero…
El inspector le cortó en seco-¡Mire Manolo como no colabore le voy a detener, y usted sabe que lo puedo hacer, eh!, ¡Así que ya puede ir soltando lo que sabe! ¿Que hizo usted anoche, dice que se encontraban con los perros no?- le apresuró el inspector.
Manolo empezó a resoplar – Anoche ella y su perro, un Yorkshire, salieron antes de la hora acostumbrada serían las 9 de la noche. Me asomé al balcón y vi que se metía en un coche negro un Ford CMax y arrancaron en dirección a la playa. No me pareció extraño porque esa chica «trapicheaba» con droga y a veces venía gente importante a su casa a altas horas de la noche, sabe usted, inspector-. Le dijo el vecino.
-¿Cómo sabía que eran gente importante acaso reconoció a alguna persona?, le preguntó el inspector.
-Bueno, ella chuleaba, de que tenía a alguien cogido por los huevos. Que el alquiler le iba a salir gratis, que lo tenía «chupao» y se reía, si, se reía. Una vez vi salir al hijo del Alcalde, ¿vale?… se que era él porque lo conozco. Él es, el que se encarga de las licencias de los animales y sé que está «enchufao» en el Ayuntamiento. Siendo su padre el Alcalde pues como va a ser, este país funciona así, ¿o no inspector? no ve que yo voy muchas veces a plenos y lo he visto en alguna ocasión por allí. Como estoy «parao» me entretengo así. Por cierto tengo que ir con Sansón a informarme sobre la licencia de perros, es un Boxer y he oído que tengo que sacar licencia ¿usted sabe algo?- seguía explicando Manolo.
-No, yo no sé nada de licencias- dijo el inspector poniendo cara de pocos amigos.
¿Y que más sabe?, ¿Vio algo más anoche? le conminó el inspector.
-Anoche cuando volví del paseo con el perro, vi de nuevo el coche negro aparcado frente a la puerta de entrada del bloque. Sansón se volvió loco, tiró de mí hacia el coche gimiendo y ladrando. Me acerqué a una de las ventanillas mientras Sansón no paraba de oler y gemir. Había una mucha niebla y mucha humedad y los cristales del vehículo estaban «empañaos». Lo único que acerté a ver, fue un banderín del Sevilla club de fútbol que colgaba del espejo retrovisor interior, y como yo soy del Betis Balompié, le pegué una patada a la puerta que creo que » l´abollé» y me cagué en su puta madre-, se hizo un silencio un poco tenso mientras el inspector miraba a Juanki, sabía que su ayudante era forofo del Sevilla.
¡Esos desgraciados del Sevilla no se merecen otra cosa!, espero que no me multen por eso. Estoy colaborando, ¡Eh, inspector! continuó Manolo.
-¡Si, estás colaborando, pero la próxima vez que digas algo en contra del Sevilla, te vas a arrepentir bético de mierda!, te voy a dar una «somanta de ostias» que no te va a conocer ni tu puta madre, ¿lo has entendido?-, Le gritó Juanki.
-¡Ostias, perdone yo no sabía que usted, bueno todos los del Sevilla no son iguales, eh!- Dijo con voz temblorosa.
El inspector Hernández hizo una pausa, y disimulando una sonrisa maliciosa le invitó a que continuara. -Prosiga Manolo, ¿que hizo usted después?
-Entré en el edificio y Sansón se fue corriendo detrás del hueco del ascensor. Oí cerrarse la puerta de entrada al aparcamiento y después vi el cuerpo,… bueno… el bulto con el cuerpo de Teresa y a Sansón de pie intentando abrir la puerta del aparcamiento. La abrí y salió lanzado y ladrando detrás de alguien. Unos segundos más tarde oí el ruido de un motor salí rápidamente a la calle, y vi al coche negro alejándose en la oscuridad, pero no pude ver al ocupante. Después les llamé. Y eso es todo inspector.
-¿Al aparcamiento por donde se entra?-, preguntó el ayudante del inspector.
-Se entra por la puerta de la escalera y por la puerta de la rampa, teniendo llave, pero se puede salir por la puerta de la rampa sin llave, ¿me entiende inspector?- contestó Manolo.
El inspector le echó una mirada de arriba abajo, enarcando las cejas y quedándose con ganas de decirle,-«se dice me explico señor inspector» pero se calló y simplemente le dijo:
-Si se explica usted muy bien, Manolo, ahora escúcheme y atienda; si se acuerda de algo más llámeme, aquí tiene mi tarjeta y ahora deje sus datos a mis ayudantes su nombre y apellidos, teléfono. Y no salga estos días de la ciudad, por si le necesitamos, ¿de acuerdo?-, Asintió con la cabeza y el inspector llamó a su ayudante para atar cabos.
-Vamos a ver Juanki que tenemos hasta ahora, una vendedora de droga, un coche negro marca Ford Cmax posiblemente con un golpe en la puerta y un banderín del Sevilla F.C. y un escudo del Sevilla, encontrado en la mano de la víctima ¿es así no?, ¿ se te ocurre algo más, alguna sugerencia Juanki?- dijo el inspector.
-Sí, habría que interrogar al hijo del alcalde, encontrar el perrito de la víctima, pedir una orden de registro para entrar en el piso y deberíamos ir a dar una vuelta por la playa, ver quién estaba de patrulla esta noche, ¡ah, otra cosa la llave de la casa!, ¿llevaría un bolso, no?-, dijo Juanki.
-Mientras la ciudad se despierta nosotros nos vamos a acercar a la playa a ver que encontramos allí. Encárgate tú de decirles al resto del equipo que recojan información por la vecindad, te espero en el coche, ¿vale?
Llegaron a la playa con las primeras luces del día. Después de dar unas cuantas vueltas por allí encontraron al perrito Yorkshire muerto, y un zapato, cerca de unos pinares. Un bolso y varios objetos desparramados por el suelo, lápiz de labios, limas, aspirinas en fin los utensilios que suelen llevar las mujeres en los bolsos. En la documentación, aparecía su nombre y apellidos y su dirección. Se trataba de una joven de 35 años según decía su carnet, y se llamaba María Teresa Luján.
¡Habían encontrado la escena del crimen! Tendrían que acotar esa zona para impedir el acceso a transeúntes y paseantes aunque no fuera una zona muy transitada, tomarían precauciones. Llamaron a comisaría para que mandaran una dotación y pusieran las vallas y cintas necesarias.
Más tarde llamó Serena para alumbrar más pistas sobre el caso. Efectivamente había muerto asfixiada por estrangulación y además entre sus uñas habían restos de tejido epitelial, por el que conseguirían el ADN. Del asesino o asesinos
-Se trataría de una persona de complexión fuerte, las marcas que le dejó en el cuello son profundas, hasta el punto de romperle la tráquea. El ADN nos dirá algo más, ¿habéis averiguado algo más vosotros?- preguntó la forense.
-Hemos encontrado a la perrita de la víctima también muerta. Te la llevaremos para que la examines, tal vez nos aporte alguna prueba más. Porque imagino que defendería a su dueña y lo mismo mordió al asesino- ¿de acuerdo Serena?-, Si es posible contestó la forense y colgó.
Eran las 12 de la mañana cuando el inspector y su ayudante se acercaron al ayuntamiento para hablar con el Alcalde y preguntar por su hijo. Les atendió después de 20 minutos de espera. El inspector le observó detenidamente, parecía un hombre muy educado, serio, y de firmes convicciones, de mirada noble y con carácter. Le informamos de lo sucedido y de que el nombre de su hijo había aparecido en la declaración de un testigo.
El Alcalde negó que su hijo conociera a esa chica y sobre las insinuaciones de la droga no negó que algo de maría hubiera fumado, pero de ahí a ser un yonki había mucha diferencia. No obstante no puso obstáculos para llamar a su hijo, que trabajaba en la sección licencias de mascotas.
Mientras esperaban el inspector y su subordinado lanzaban una mirada de rastreo por el despacho del alcalde -defecto de profesión- no observaron nada raro, había una mesa de trabajo, con una fotografía donde estaba él con una mujer y un joven. En la pared varios diplomas y alguna fotografía de inauguraciones con el presidente del Gobierno y alguna ministra.- Gente importante de la política-. Dijeron para sí, con una mirada cómplice.
-¿Su esposa y su hijo?-, le preguntó el inspector.
–Si efectivamente-, contestó el alcalde.
-Tiene una esposa muy hermosa, si me lo permite decir-, le dijo con adulación.
-Tenía, ella falleció hace 13 años de cáncer de páncreas-, le dijo apenado.
-Lo siento-, contestó el inspector.
En ese momento llamaron a la puerta y entró el hijo del alcalde un joven de unos 20 años, delgado y se le veía muy nervioso, no paraba de mirar para todos los lados. El inspector se fijó en las uñas de sus manos mordidas-pensó ¿agresividad, frustración? – le preguntó si conocía a Teresa Luján y si iba mucho por el barrio de San Cosme. Carlos que así se llamaba el joven miraba a su padre buscando consejo, pero el inspector le acució para que contestara.
-¿La conoce usted o no, ha estado o va por esa zona con asiduidad?-, conteste ¿o prefiere venir a comisaría? le gritó el inspector.
-¡Oiga inspector cuide sus modales, mi hijo no está muy bien de salud!- , le exijo que le hable con educación.
-Bien le volveré a hacer la pregunta ¿va usted con frecuencia al barrio de San Cosme?- le volvió a preguntar el inspector.
-Yo…no voy por ahí, hace tiempo que no voy. Contestó el hijo del alcalde.
-¿Cuándo fue la última vez que estuvo allí y con quién estuvo, a quién fue a ver? Le preguntó el ayudante del inspector.
Carlos se tocaba el rostro una y otra vez, los nervios se estaban apoderando de él y un ligero temblor se hizo visible en sus manos. Que junto a la mirada furtiva que dirigió a su padre no pasaron desapercibidas para los policías.
-Tenemos testigos de que le han visto a usted por aquella zona de la ciudad y tenemos suficientes razones para pensar que usted era un habitual de aquél barrio y en especial de las viviendas de la calle Guadalquivir, ¿Qué tiene que decir al respecto?- Le volvieron a preguntar.
Les ruego que se vayan de aquí y venga con una orden judicial y si tienen pruebas que impliquen a mi hijo, expóngalas y ya está, se acabó la visita. Dijo con energía el alcalde.
-Muy bien así lo haré– y salieron del despacho.
En la salida se miraron los dos con complicidad e intrigados por los comportamientos del padre y del hijo. Urdieron una trampa mientras llegaba la orden judicial.
-Tengo una idea Juanki ¿cuándo iba a ir el vecino de la víctima el tal Manolo al Ayuntamiento a preguntar sobre la licencia de su perro?
-Dijo que un día de estos, ¿Por qué?
– Pues ponte en contacto con él y le dices que se espere que iremos con él y que se traiga el perro, quiero comprobar una cosa-
-De acuerdo oye inspector mira lo que he cogido del despacho del Alcalde-. Le dijo su ayudante.
El inspector vio que su ayudante le enseñaba un bolígrafo. -¡No puede ser pero que «manguis» que eres Juanki, no me he dado cuenta ni yo!, muy bien, comprobaremos las huellas a ver que nos dicen-.
Con la orden en su poder se dirigieron al ayuntamiento y se llevaron al hijo del Alcalde a la comisaría custodiado por dos policías para hacerle un interrogatorio. Una hora bastó para que el joven se rompiera y quisiera llamar a su padre. Esa era una respuesta que los policías esperaban que sucediera, y que formaba parte de una estrategia sutilmente preparada por ellos para atraer al Alcalde a la comisaría, y así provocar un careo entre el vecino y el hijo del alcalde sobre el asunto de la chica.
Al entrar Manolo con Sansón a la sala donde estaba Carlos, el perro empezó a mover el rabo amistosamente y tirando de la cadena se fue a donde estaba él. Pero minutos más tarde cuando entró el alcalde, Sansón empezó a gruñir y se abalanzó sobre él tirándole al suelo con intención de morderle. Manolo estuvo rápido impidiendo a su perro para que no lo hiciera. Los policías ayudaron a levantarse al alcalde y el comisario le dijo:
-Perdone señor alcalde al caer se le ha caído esto y le dio el escudo del Sevilla que había estado en la mano de la víctima ¿es suyo verdad?
-¡Si claro mi escudo, vaya con el perro de las narices!, contestó enrabiado el alcalde.
-¡Queda usted detenido hasta que se aclaren todas las circunstancias relacionadas con el asesinato de Teresa Luján puede llamar a un abogado si quiere-!, le dijo el inspector Hernández.
Las pruebas del ADN. Inculparon definitivamente al alcalde y exculparon a su hijo Carlos del asesinato de Teresa. En el juicio el Alcalde explicó que la víctima intentaba hacerle chantaje utilizando unas fotografías de su hijo pinchándose en su casa heroína, y una de las cosas que quería a cambio de su silencio era que el piso donde vivía en alquiler pasara a ser de propiedad. Esa noche quiso recuperar las fotografías y la llevó engañada en su coche a la playa, diciéndole que le daría el contrato del piso, y acabó estrangulándola.
Sabía que había una patrulla de la policía por los alrededores de la playa y por eso llevó el cuerpo ya sin vida aprovechando la espesa niebla reinante. La alfombra la compró días atrás para ponerla en su casa y todavía no le había dado tiempo de subirla a casa. Se vio sorprendido por el vecino que volvía de vuelta con su perro y salió por la puerta del garaje.
Siguieron la pista del coche y efectivamente el alcalde tenía un Ford Cmax que casualmente estaba en el taller reparándolo del golpe que le dio el vecino.
En las fauces del Yorkshire se encontraron restos de A.D.N., coincidentes con las del alcalde.
Y la esposa murió por una sobredosis de caballo. Las largas esperas de una ama de casa mientras su marido se entregaba cada vez más a la política y un largo y doloroso embarazo de su hijo Carlos la llevaron a una depresión que quiso sobrellevar equivocadamente con estupefacientes primero y con drogas que la llevaron a un final trágico.
Carlos por su parte no pudo superar la muerte de su madre, cayendo en una adicción parecida a la de ella. La animadversión que sentía el Alcalde por los traficantes de drogas, por lo vivido en su entorno familiar, unido a su fuerte carácter decidió suprimir una vida.
Daniel Lerma Vilanova.
Great rread
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