Pocholina es una niña risueña y feliz. Suele estar siempre fantaseando y no conoce de maldad, pero tampoco de doctrinas. Este hecho le lleva a ser castigada, a menudo, por las profesoras del colegio de monjas al que asiste.
Ella lleva a la práctica su particular concepto de libertad de movimiento, por ejemplo abriendo el paraguas al finalizar la clase y bailando con él por toda el aula, aludiendo a una Mery Poppins a la catalana. O, una vez acabado sus ejercicios de matemáticas, poniéndose en pie para poder pintar con más comodidad, el dibujo que sigue a la actividad. Ella no es consciente de la existencia de unas normas de conducta y de hecho, no las comprende, porque su conocimiento de la justicia le dice que no esta haciendo nada malo. Esta situación lleva a plantearse a sus padres cambiarla de centro, cosa que sucederá el curso siguiente, pero no este.
Este año Pocholina va a aprender las consonantes y es por ello que comprende que ya es “de las grandes” y ya no es pequeña. Ha aprendido a atarse los cordones con soltura, entre otras cosas que le servirán a lo largo de su vida.
La mayoría de niños y niñas de su edad no son conscientes de la cantidad de información que absorben y de la rápida transformación a la que asisten para, en un futuro, poder ser elementos útiles de la sociedad, o de forma más positiva, ser partícipes de este mundo. Tampoco perciben el momento exacto en el que acaban de adquirir un conocimiento que va a determinar su integridad como seres humanos, pues la capacidad de razonar se da gracias a dichos conocimientos. Es natural, ellos deben preocuparse por ser niños y disfrutar plenamente de la infancia, pues en ello también está la formación de una mente creativa adulta, incluso me atrevería a decir, en la conservación del propio espíritu.
Pocholina no se llama así en realidad; hubiera sido un despropósito por parte de sus padres ponerle un nombre así a su propia hija. El hecho esta ligado a un acontecimiento sucedido durante su aniversario y cuya causante es su hermana.
El día de su cumpleaños y tras soplar las velas, ella abrió sus regalos: una barbie, un nuevo estuche de colores y unas deportivas. Solía recibir siempre los mismos regalos, ya que en sus manos duraban poco estos objetos.
Ese día y antes de acostarse, su hermana mayor apareció y en tono burlesco se dirigió a ella:
-¡Pocholina! ¡Pocholina! ¡Jajajajaja! –
Al no entender, la peque le siguió el juego y ser rió con ella, pero al ver que continuaba con la broma se molestó y le preguntó por qué le decía eso y qué significaba; sin obtener respuesta.
A la mañana siguiente ambas se levantaron y se sentaron a la mesa para desayunar. Era habitual que la hermana mayor provocara la risa de la pequeña mientras ésta contenía la leche en la boca, el resultado siempre era el mismo. Y la hermana mayor se divertía y se mofaba de la inocencia de su hermana. Siempre se salía con la suya. Esa mañana había tema: “¡Pocholina, Pocholina!” y toda la leche era arrojada, cual fontana di Trevi, sobre el mantel.
Pasó el tiempo, y la hermana mayor continuaba incansable con el cachondeo, supongo que alentada por el hecho de ver a Pocholina irritada. En varias ocasiones la peque arremetía contra ella a base de puñetazos, rabiosa por el hecho de desconocer el significado de la palabra, de que su hermana se negara a contárselo y de las constantes carcajadas. Contra más se reía de ella, más ira le causaba. Por si fuera poco, su madre aparecía y reñía a la pequeña, alertada por el alboroto. Y es que siempre se salía con la suya.
Pero la respuesta llegó un día, a las puertas del verano.
El curso había acabado y empezaban las deseadas vacaciones. Ese año sería olvidado rápido y ahora Pocholina sería más mayor aun. Se dispuso a quitarse el pijama y a ponerse el habitual “chándal de salir al parque”. Por experiencia, la madre se negaba a comprarle vestiditos muy formales. Fue entonces, que mientras se abrochaba las bambas, roídas ya, y mientras tarareaba una improvisada melodía, que advirtió algo en la lengüeta, justo cuando acababa con el nudo. Eran unos caracteres: P-O-CH-O-L-I-N-A ¡Pocholina!
La expresión de sorpresa fue inmediata. Con el asunto ya olvidado y asumido, no daba crédito a lo que acababa de descubrir.
Mi hermana me había apodado con el ridiculo nombre de mis bambas. Y ya no fue solo el hecho de ser apelada con una graciosa marca de calzado de mercadillo, sino el hecho de descubrir el solemne arte de la lectura. De pronto un seguido de reflexiones abordaron mi mente y es que, era capaz de interpretar letras, formar palabras y de esas palabras, sacar un significado. A partir de ahí, el mundo cambiaría para mí. A partir de ahí, comprendí que ya resultaría más difícil que mi hermana me tomara el pelo ya que, si sabía leer tendría un conocimiento más amplio de mi entorno y no sería necesario usar la fuerza para tratar de entenderlo, entre otras cosas. A partir de ahí, respiré tranquila. Y se me ocurrió la idea de que, tal vez mi hermana me estuviera poniendo a prueba todo ese tiempo en el que no me reveló la incógnita. Esperaba a que me diera cuenta por mi propios medios. Fuera lo que fuese, a partir de ahí, tenía una puerta abierta a un nuevo mundo.
Cuando terminó mi reflexión fui corriendo ansiosa al comedor donde estaba mi hermana y le comuniqué mi gran hallazgo, a lo que ella contestó:
-Muy bien Sarita, has aprendido a leer. –
Y esta vez, aprecié a través de su condescendiente tono que, además de llamarme por mi nombre real, me respetaba.
Acto seguido, fui yo la que me reí de mi misma y canté:
– ¡Pocholinaaa, Pocholinaaa! –
Descubrir la lectura es un gran paso para cualquiera, pero nunca había leído nada sobre este momento. Me ha parecido muy original.
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Muy bonito y tierno. Assun.
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