Levanté la vista y tropecé con dos enormes ojos verdes que me observaban sin pestañear bajo la sombrilla floreada del cochecito rojo.
Era un bebé realmente precioso, rechoncho y sonrosado. El típico niño bebé-anuncio que cualquier campaña publicitaria mostraría en uno de los productos de su línea de puericultura.
Captaría a través de aquella dulce mirada un considerable grupo de mamás compradoras potenciales dispuestas a invertir una buena parte del presupuesto de la cesta semanal en la nutrición ejemplar de sus retoños. Sigue leyendo