La cita era a las ocho de la tarde. Laura Vives era la última visita del día. En la sala de espera no quedaban más pacientes y Aleidys, la recepcionista y esposa del doctor Rojas, había dejado las llaves de la clínica dental encima del mostrador de recepción para que fuera éste quien cerrase el local al terminar.
Antes de esa cita había habido siete más. Pablo Rojas y Laura Vives se habían conocido hacía un mes y medio cuando ella empezó a sentir un intenso dolor en el maxiliar inferior número treintaiséis. Laura siempre había tenido pánico al dentista y llevaba años sin pisar una consulta. Pero ante lo insoportable de aquel dolor, se vio obligada a claudicar y a pedir hora urgentemente en la clínica a la que acudía su madre, donde según ella, todas las personas que trabajaban allí eran encantadoras y el doctor Rojas tenía unas manos milagrosas. Sigue leyendo