reeducación física

GIMNASIASabía muy poco de ella. Apenas habíamos cruzado cuatro o cinco palabras y cientos de miradas durante las dos semanas que llevábamos de curso. Era buena en lenguas, yo destacaba más en ciencias. Se sentaba en la segunda fila en el centro de la clase mientras yo me camuflaba entre las últimas mesas cerca de la puerta ya que la mayoría de las veces llegaba tarde y me resultaba mucho más fácil colarme hacia el final del aula para pasar desapercibido.

La verdad es que no era el tipo de chica explosiva en la que uno cree que se fijará y llevará su huella durante toda la su vida y sin embargo a mí me gustaba, precisamente porque no era ni la más tonta ni la más lista de la clase, tenía el justo equilibrio para escoger la palabra exacta sin parecer pedante o boba del todo.

Cuando nos cruzábamos en los pasillos siempre sonreía, conseguía ponerme nervioso y lo sabía, es más, disfrutaba poniéndome a prueba y se giraba despacio para mirarme provocadora con aquellos ojos oscuros de mirada intensa.  Lograba incomodarme y por ese motivo no podía quitármela de la cabeza.

Dos veces a la semana tocaba educación física en el gimnasio del instituto. El profesor, un antiguo entrenador de fútbol sala de un equipo masculino de tercera división a punto de jubilarse, pasaba la mayor parte del tiempo tirando los trastos a la conserje. Mientras, a sus alumnos nos mantenía entretenidos realizando abdominales y flexiones después de dar unas cuantas vueltas a la pista para entrar en calor, aunque a mí no me hacía falta ya que durante esas clases semanales mi barómetro interno se elevaba al máximo cada vez que realizábamos los ejercicios en parejas y la temperatura se mantenía constante aún después de las clases. Mi presión también subía, tanto que mi pantalón estaba a punto de estallar por la entrepierna. 

-Señor Manzanares, a partir de hoy deberá compartir los ejercicios en parejas con la señorita Martínez ya que su compañero estará exento de la asignatura el resto del curso debido a su lesión de espalda.- Y al oír un par de risitas irónicas añadió:  

– ¡y no quiero ni peros ni excusas!- así que ya me han oído.

No sé si fue la divina providencia o la suerte quien determinó que durante aquellas dos horas semanales nuestros cuerpos desconocidos gozarían del contacto físico, de los roces, del olor y del calor… la suave tela de los shorts ayudaba mucho.  Nuestras mentes se encargarían  durante el resto de la semana de perpetuar aquellas sensaciones a través de nuestra  imaginación en todas las posturas y de todos los modos imaginables.  

Durante el resto de los días cualquier excusa era perfecta para rozarnos, para ponernos pruebas de fuego a las que los dos respondíamos con nota 10 sobre 10 en nuestro test de Apgar del sexo.

A mí se me caían los bolígrafos como por azar cuando ella miraba y al recogerlos del suelo bajo la mesa observaba su falda varios centímetros por encima de lo ética permitida. Ella abría las piernas con descaro para mostrarme un adelanto de su exquisito manjar. En lugar de hacerme la boca agua se me resecaba la garganta ante la mera idea de saborearlo y me entraba la tos.

¿Un caramelito? Me ofrecía ella con una sonrisa maliciosa. 

-Yo soy más de salado, de ostras de mar y de sal –pensaba para mis adentros imaginando la textura de su vulva rosada llenándome la boca. 

El resto de las noches bajo las sábanas de mi cama cerraba los ojos tratando de recordar la presión de sus manos, el contacto de sus senos contra mi espalda, su boca carnosa y sus labios húmedos mientras una apenas perceptible gota de sudor se resistía a resbalar por su frente y la fina camiseta blanca se pegaba a su piel marcando la aureola de sus pezones en guardia receptivos y amenazadores a la vez.

Mi mente los imaginaba prietos y ocupando el espacio justo de mis manos. Jugaba a sujetarlos emulando a un corsé manual mientras frente a mí  ella sonreía con los labios y con los ojos apretándose contra mi cuerpo consciente en todo momento de las sensaciones que me producía. Me guiaba con su mano hacia su sexo sujetando mi dedo corazón y lo mojaba en su jugo viscoso, únicamente la yema, impidiéndome adentrarme ni un solo milímetro más de lo estrictamente necesario para dibujar luego círculos concéntricos sobre su clítoris hinchado y erecto.  Marcaba los ritmos y los tiempos. Me daba instrucciones como el capitán de un barco en medio de la tempestad.

-Ahora más deprisa. Sube la intensidad, sigue, más, dame más.- y seguía indicándome-

-Ahora más despacio, para, espera, sigue, dámelo todo.

La odiaba por el control que ejercía sobre mi miembro y sobre el resto de mi cuerpo y la adoraba porque en las noches de soledad me devolvía todo el calor que yo necesitaba y porque además ella sabía que me excitaba y aun así su discreción evitaba ponerme en evidencia. Sólo me sonreía y me miraba fijamente a los ojos diciéndome con ellos…»tan sólo disfruta el momento.»

Sentados en el suelo juntábamos espalda contra espalda para elevarnos con el peso de nuestros propios cuerpos haciendo fuerza uno contra otro, yo la oía jadear suavemente y la imaginaba  sobre mi cuerpo, ella me oía resoplar y cuando acabábamos el ejercicio me susurraba traviesa rozando el lóbulo de mi oreja con sus labios sin que el resto del grupo la oyese:

-¡no ha estado mal!  Si algún día te apetece…repetimos a solas–y se colgaba a la espalda la mochila de tela en la que podía leerse escrito con rotulador rojo: “un beso es un secreto que se susurra en los labios” alejándose despacio para dejarme nadando a la deriva en sus palabras.

Era consciente del efecto que sus frases pronunciadas o escritas producían en mi cuerpo endureciéndolo con cada una de ellas. Retumbaban en mi cerebro como el estribillo de una canción pegadiza del que no puedes desprenderte sin más para luego pasar a formar parte de mis fantasías sexuales el resto de mi vida.

La follé una y otra vez sin tocarla, con mi mente, en todas las posturas imaginables y en todos los lugares por variopintos y surrealistas que pareciesen, con avidez, sujetándola fuertemente entrando una y otra vez en su húmedo pero acogedor coño mientras me suplicaba que no me detuviese. Hasta que extenuados acabábamos dormidos uno encima del otro.

El sonido del whatsap me saca de mi abstracción y me suelta de bruces en la realidad. Un mensaje me confirma que he sido agregado a un grupo. Un buen número de teléfonos móviles se van añadiendo. Me convocan a un evento organizado por ex-alumnos de mi instituto. Aunque habían pasado ya dos décadas y generalmente ignoraba todas las invitaciones a este tipo de actos, la curiosidad me empujaba a indagar en los perfiles de los invitados. Oteé como un ave de presa las fotos de todas las personas que habían sido convocadas en el grupo del que ahora también yo formaba parte.

La foto del administrador llamó mi atención, para cualquier otra persona los detalles de la imagen hubiesen pasado desapercibidos, pero no para alguien que había iniciado sus fantasías sexuales en el suelo de un gimnasio de instituto.  La frase del estado me sobresalta, leo: “un beso es un secreto que se susurra en los labios», y sonrío para mis adentros mientras anoto mentalmente la fecha. Sábado 29 de junio.

El grupo había alquilado un espacio para fiestas en el que dos de las cuatro salas disponibles unidas por una puerta corredera se habían llenado del todo.

En un extremo de la sala, enfundada en un vaporoso vestido de flores y sujetando un vaso de cerveza en una mano, una morena de ojos oscuros  me estudiaba detenidamente. Los años no sólo no habían conseguido envejecerla sino que la habían madurado volviéndola más atractiva.

-Estoy  seguro de que es ella, la misma mirada y los mismos labios gruesos y húmedos. No puede ser otra. Me esperaba sonriente, como siempre, su voz firme me recordó la frase que lograba encender mi mecha del deseo tan solo al recordarla. Me aproximo a la barra improvisada de la fiesta, sediento de nuevo, con la boca seca concentrada en el vaso de cerveza en su mano y en un resto de espuma en sus labios.

-¡Cuando te apetezca…repetimos…!- soltó tan fresca.

Empecé a bombear sangre cada vez más deprisa, habían pasado veinte años pero el tiempo se había detenido en aquel gimnasio en el que solo habían cambiado los decorados, era como si hubiésemos vuelto al instituto, apresuré el paso y la sujeté con firmeza tirando de su mano.

Me sonreía entre incrédula y divertida mientras su vestido se movía acompasado al ritmo de sus piernas. Corrí la puerta para desaparecer de la fiesta con ella y encontrar un poco de intimidad en la sala contigua.

Me senté en el suelo y la arrastré conmigo, no tuve que decirle nada,  sabía perfectamente lo que yo deseaba, lo mismo que había deseado ella durante todo aquel curso  y el resto de los años siguientes. Sonrió  como siempre con su provocadora boca y consiguió de nuevo la respuesta instantánea de mi cuerpo,

Se sentó sobre mí atrapándome entre sus piernas moviéndose con soltura.  No hablamos porque no era necesario…solo nos dejamos llevar esta vez sin pudores, dispuestos a dárnoslo todo, a gozar del sexo sin límites.

      MENCÍA MARENGO

5 comentarios en “reeducación física

  1. ¡Excelente, Mar! ¡El pulso se acelera mientras uno lo lee!
    El vocabulario es tan rico evocando imágenes, es tan sensual, tan sexual… ¡es un placer en sí mismo leer el texto en voz alta!
    Y ese final… ¡redondo! Con ese tono pícaro casi humoristico. ¡El lector está deseando el encuentro de los dos protagonistas después de todos esos años sin verse!
    ¡Felicidades por el relato!

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