Descubrimiento

Hacía días que se miraban. El trayecto del tren se hacía cada vez más corto. Habían entrado en un juego de miradas que difícilmente podrían parar. No sabían dónde les llevaría esa situación. Estaba claro que los dos querían que pasara algo pero no se atrevían a dar el paso.

Después de una semana de no coincidir con él en su trayecto diario, Laura empezaba a estar desesperada, no sabía por qué, pero estaba claro que debía confesarse a ella misma que deseaba conocer a ese chico, saber más de él y por su puesto tener algo con él.

Una tarde quedó con sus amigas para ver una exposición de fotografías que estaba teniendo mucho éxito. El autor era el amigo del ex de alguien, y ésta era la excusa. Pero en realidad la exposición no estaba nada mal. Eran láminas muy simples, mitad fotografía mitad dibujo, de líneas limpias, muy minimalista la verdad.

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De repente vio una cara que le llamó la atención. Era él. Aquel chico que llevaba meses viendo en el tren y que hacía semanas que no veía. No se lo podía creer.

— Laura, ven —dijo Mónica de forma efusiva— te presento al autor, se llama Hugo es el amigo de Luis, el ex de Sandra.

— Encantado, aunque creo que nos conocemos. ¿Qué te parece la exposición? —dijo Hugo muy seguro de sí mismo.

Laura se quedó petrificada, no podía reaccionar.

— Laura, ¿estás bien? —le preguntó Mónica con cara de sorpresa.

— Perdón, perdón, sí estaba pensando de dónde te conocía. Coges el tren cada día y haces gran parte del trayecto que yo hago, pero hace días que no te veo. La verdad es que la exposición me ha encantado, las láminas son una mezcla de fotografía y dibujo muy estudiada. Me gusta mucho la verdad —dijo Laura de un tirón, sin respirar, mirando a Hugo intensamente y sin ver a nadie más.

En ese momento reaccionó Mónica:

— ¡Ah! O sea que ya os conocéis. Vaya, no lo sabía.

— Anda Mónica, ven que quiero ver aquella otra lámina —dijo Sandra llevándosela a toda prisa. Estaba claro que allí sobraba todo el mundo.

Hugo y Laura ya no oían nada, era más que palpable en el ambiente que se habían fusionado con una mirada y habían dejado de ver nada más a su alrededor.

Hugo cogió a Laura por el brazo y empezó a darle una visita guiada por las salas explicándole cada obra con sumo detalle: qué le había inspirado a hacer esa fotografía; porqué la luz entraba desde atrás y no se veían sombras; qué aportaban los dibujos sobre las fotografías; cómo las completaba. Y, al final de la exposición, en un lugar privilegiado, se encontraba una fotografía de una silueta de mujer de espaldas.

Entonces fue cuando Hugo le dijo a Laura:

— Esta es la obra principal de la exposición y está inspirada en ti. Estoy obsesionado contigo desde el primer día que subí a ese tren y te vi entrar en la siguiente estación, cada día deseaba que volviera a ser por la mañana, no podía pensar en otra cosa, y fruto de esa obsesión nació esta obra que tiene mucho más de dibujo que de fotografía porque quería verte reflejada en ella pero no tenía una fotografía de base tuya. ¿Te gusta?

— Es preciosa la verdad.

— Te la regalo, es para ti. Quiero que la tengas tú. En cuanto acabe la concesión, es tuya.

— Pero no puedo aceptarlo. No me conoces de nada. No puedes regalarme algo tan valioso, así sin más.

— ¡Eres tú! ¿No ves que eres tú? Nadie más puede tener esta lámina. Además, eso de que no te conozco acaba de cambiar esta tarde. No te pienso dejar marchar, en cuanto se despisten nos fugamos. Quiero que vengas a cenar conmigo. Ahora que te he encontrado, no pienso dejarte escapar.

No habían pasado ni cinco minutos y ya estaban fuera de allí. Sin despedirse, salieron a hurtadillas, sin dar opción a distracciones.

Entraron en la cervecería de la esquina y se pusieron a charlar.

Laura no podía dejar de mirar sus labios, hasta el punto que no le estaba escuchando, y se abalanzó sobre él y empezó a besarle. No podía más, ardía por dentro.

Hugo no puso ninguna resistencia, estaban cada vez más cerca.

Hasta que Hugo le dijo a Laura:

— Ven vayamos a un sitio más discreto.

La cogió de la cintura y se la llevó a su apartamento, no muy lejos de allí.

Abrió la puerta del portal y se fundieron de nuevo en un solo cuerpo. Laura abrió los pantalones de Hugo, se bajó un poco sus medias y en el hueco del ascensor, sin ni siquiera darles tiempo de llamar al ascensor, Laura tuvo su primer orgasmo, no podía más, necesitaba más, era espectacular.

— Me vuelves loco. Ven subamos a mi apartamento antes de que alguien nos vea.

Dentro del ascensor, fue Hugo el que no pudo más, y con un par de empujones tuvo un orgasmo más que liberador.

Entonces fue Laura la que dijo:

— Esto no puede estar pasando. Es una locura. Me tienes completamente en tus manos.

— Pasa anda. Nos ducharemos juntos. Ven, ven, a mano izquierda, quítate la ropa.

Laura desabrochó la cremallera de su vestido muy lentamente, dejando ver sus medias a medio bajar, su sujetador a medio quitar y un minúsculo tanga aun puesto. Luego siguió Hugo. La fue desnudando poco a poco, besando cada centímetro de su cuerpo: primero el sujetador, luego las medias y finalmente el tanga.

—Ven el agua está ideal. Déjame disfrutar de nuevo de tu cuerpo, ahora bajo el agua.

La luz del sol despertó a Laura suavemente, abrió un ojo y poco a poco el otro, no sabía dónde estaba. Se giró y vio a Hugo.

— ¡Buenos días, preciosa! ¿Cómo has dormido en mi humilde cama? —le dijo Hugo dándole un beso de buenos días.

— Maravillosamente bien. ¿Qué hora es?

— No sé, ni me importa. ¿Te apetece desayunar? ¿Salimos o desayunamos aquí?

— ¡Cómo prefieras! Pero no me importaría quedarme un ratito más en tu cama.

— Venga perezosa. Qué peligro tienes. Mejor que salgamos. Hace un día maravilloso. Conozco el mejor sitio del barrio para desayunar. Me voy a dar una ducha rápida y te dejo perecear un rato.

— De acuerdo, luego me ducharé yo.

Desayunaron en una terracita muy mona, se dieron los teléfonos y se despidieron con un apasionado beso quedando para la tarde/noche en la exposición de Hugo.

En cuanto Laura abrió el móvil vio los miles de mensajes de las amigas preguntándole, y pensó: “¡Qué cotillas! Ahora las pongo al día, o mejor no, que sufran”. Y se fue a trabajar.

A media mañana recibió una llamada de Sandra.

— ¿Te has enterado? —dijo muy alterada.

— ¿De qué?

— Han encontrado una chica muerta en la esquina de la cervecería que hay al lado de la sala de exposiciones de anoche. Se ve que la asesinaron y que seguramente también fue violada. ¡Qué mal rollo! Nosotras estuvimos por allí.

— Pues sí. ¡Qué mal rollo!

— ¡Ándate con cuidado! —le dijo Sandra en tono maternal.

— Tranquila, iré al tanto. He quedado con Hugo esta tarde allí mismo, pero estaré atenta. ¡Hasta luego!

— Sí, ya me contarás picarona. ¡Hasta luego!

La mañana pasaba muy, pero que muy lenta para Laura. Todo era pura monotonía y aburrimiento. Sólo podía pensar en Hugo y tenía la sensación de que estaba ruborizada todo el rato. No sabía si se notaba por fuera, pero por dentro estaba que abrasaba.

— ¡Riiiiiing!

Laura se sobresaltó: “Joder, joder, es Hugo”, pensó.

— ¡Hola! ¿Qué tal?

— Eso tú, preciosa. Yo, pensando en ti. No puedo esperar a la noche. ¿Por qué no quedamos para comer? Conozco un japonés que han abierto hace poco. ¿Qué te parece la idea?

— Perfecto, pero saldré a las tres, así no tengo que volver a la tarde. ¿Dónde quedamos?

— ¿Te paso a buscar?

— ¡Perfecto! Estoy en Diagonal con Bailén, quedamos en la esquina montaña.

— Cuento los minutos.

— ¡Hasta luego!

A las tres en punto, Laura salía por la puerta del trabajo y, antes de llegar a la esquina, le vio. “Por favor, qué calor, qué me pasa, como me pone este tío”, pensó Laura. Y se dieron un apasionado beso sin mediar palabra. No podían despegarse.

— ¡Chica, me tienes a cien! Será mejor que vayamos a comer algo o acabarás conmigo.

El restaurante japonés era un mini restaurante, con mesas pequeñas, todo muy íntimo. Estuvieron charlando animadamente sobre cuadros, láminas y decoración, pues Laura era decoradora de interiores y le interesaba mucho la opinión de los artistas sobre la ubicación ideal de sus obras en el interior de las casas.

No pararon de hacerse arrumacos bajo la mesa, hasta que llegó un momento que la tensión era tal que no atendían a la conversación y decidieron marcharse sin postres. Doblaron la esquina y en un callejón próximo, se olvidaron de todo, cremalleras fuera, cuatro achuchones y… “Otra vez”, no paraba de decir Laura en su interior, “de nuevo ha podido conmigo, este hombre me pierde, no tengo nada de autocontrol”.

Llegaron al apartamento de Hugo. Pasaron toda la tarde en la cama. Cada vez oscurecía más. No eran conscientes de la hora. Hasta que sonó el teléfono de Hugo. Era su representante.

— ¿Dónde te metes? Son más de las siete, hace más de media hora que tendrías que estar aquí. Tengo visitas concertadas para ti, para ampliar contactos y que te conozcan— dijo un eficiente y malhumorado representante.

— ¡Voy, voy! Perdona me he despistado.

— Tengo que irme para la exposición, me están esperando hace rato, ¿me acompañas?

— Tendría que ducharme y arreglarme un poco. Prefiero pasar por casa y luego me acerco.

— De acuerdo, allí nos vemos. Voy a ducharme.

Laura se dio un baño relajante en su casa. Se puso el vestido negro típico de fondo de armario, pero que con unos buenos tacones le quedaba ideal. Calculó minuciosamente la ropa interior: escogió un conjunto fucsia con encaje negro, medias y liguero a juego. Y para acabar, se hizo un moño para no gastar demasiado tiempo en ordenar sus rebeldes rizos pelirrojos.

El baño había sido más que reparador pero se había retrasado en exceso. Casi había acabado de maquillarse cuando sonó su teléfono. Era Sandra.

— ¿Laura, dónde te metes?

— ¡Uy, si yo te contara…!

— Me puedo imaginar. Pero estaba preocupada. Este mediodía han encontrado el cuerpo de otra chica muerta en circunstancias parecidas a la de anoche, en el mismo barrio de la sala de exposiciones y dicen que están muy cerca de detener a un sospechoso: hombre joven, de menos de 30 años, con barba arreglada, moreno, 1,80 de altura, viste de manera informal. Lo están siguiendo y la última vez que lo vieron iba con americana y tejanos. Se ve que tienen pruebas contra él, porqué es un violador vigilado de cerca por la policía.

— Joder, Sandra, me estás asustando.

— Por favor, Laura, vigila muchísimo. Fíjate todo el rato en la gente alrededor tuyo.  ¿Qué haces ahora? ¿Estás en casa?

— Sí, pero iba a salir para la exposición. He quedado allí con Hugo, pero ahora me has metido el miedo en el cuerpo.

— Espérame si quieres. Yo tengo una cena cerca de allí, te paso a buscar y así vamos juntas un buen rato.

— Pues la verdad es que me haces un favor. Yo ya estoy lista. Pasa cuando quieras.

— En un cuarto de hora como mucho estoy allí.

Sandra llegó en diez minutos, puntualmente, como era habitual en ella.

— Qué guapa Laura, tienes un brillo, un no sé qué. Este vestido te queda genial.

— Gracias, pero este vestido ya me lo habías visto, ¿no? Quizás sea el estado de ánimo, ¿no crees?

— ¡Ay, que pícara! Mejor no pregunto, ¿no?

Salieron juntas del apartamento. Y, cuando quedaban dos manzanas para llegar a la sala de exposiciones, empezaron a ver luces azules y mucho bullicio.

A medida que se aproximaban, se dieron cuenta que el jaleo era justo delante de la exposición de Hugo.

Ya tenían la puerta a la vista, cuando vieron como dos policías salían sacando a un hombre esposado que coincidía con la descripción del sospechoso de los asesinatos: alto, joven, con barba, americana, tejanos desgastados.

De repente se miraron: — ¡Sandra, parece Hugo!

Laura dejó de andar. Se quedó paralizada.

En un instante, el sospechoso levantó la cabeza y sus miradas se cruzaron.

A Laura se le congeló el alma. No podía creérselo. ¿El asesino era Hugo? No podía ser él, era absurdo. Él no. ¿Cómo podía ser? Era imposible. Su cabeza estaba a punto de estallar y su corazón se había helado. Vio como lo metían en el coche de la policía y como se alejaban de allí. Notaba la ausencia de bombeo en su corazón, le costaba respirar, no reaccionaba, no veía nada, no oía nada, no sentía nada…

De repente oyó que la llamaban:

— ¡Laura, Laura! ¿No me oyes? ¡Laura! ¿Estás bien?

Era Hugo, quién le llamaba, le estiraba del brazo, incluso le zarandeaba para que reaccionara.

No sabía si estaba soñando o estaba despierta, pero si le había visto detenido.

Le costó reaccionar algunos minutos más, hasta que se dio cuenta que era un horrible parecido, una nefasta casualidad.

Al fin reaccionó: se abalanzó sobre él, sollozando, temblando y permaneció entre sus brazos como si no hubiera nadie más.

Ester Villanueva Morales

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