Políticamente incorrecto

imagesCada vez que veía aparecer a Pedro me preguntaba si sería consciente del efecto que provocaba en mí, en todas nosotras. Había escuchado en los servicios a otras mujeres hablar de él y a todas nos ocurría lo mismo: fiebre, taquicardias, ahogos, rubor por fuera y fuego por dentro.

Hoy estaba especialmente elegante, atractivo y olía muy bien… ¿o era yo la que estaba más cachonda de lo normal? El caso es que me moría de ganas de arrancarle la camisa salvajemente mientras caían botones por el suelo, de restregarme contra su pecho, de rodearle con las piernas y poseerle sujetada por el culo con sus grandes y seguras manos. Lo había visto hacer mil veces en el cine, ¿qué podía salir mal?

Este pensamiento me tenía totalmente hipnotizada. Llevábamos más de una hora de trabajo y aún no había hecho nada salvo dibujar, de un modo inconsciente, garabatos con mi bolígrafo rojo. Eran rayotes hechos de forma totalmente aleatoria pero yo no dejaba de percibir formas fálicas en todos ellos. Me preguntaba cuál de aquellas formas se asemejaría al miembro de Pedro. Tuve la necesidad de volver a ir al baño a refrescarme.

-He bebido mucho te antes de venir- le dije a Lola excusándome, ante su insistencia en saber la causa de mis muchos viajes al lavabo.

“Estás casada, felizme…., ¡estás casada!, deja de pensar como una furcia” me repetía a mí misma delante del espejo, con la cara aún mojada. “No está bien” me dije mil veces, como si repetírmelo sirviera de algo.

Volví a mi puesto, con el firme propósito de estar atenta a mi faena y no volver a despistarme. Y eso es exactamente lo que hice durante tres largos minutos, hasta que mi cerebro dio rienda suelta, otra vez, a la fantasía. De repente, como por arte de magia, me vi en los probadores de señoras del Corte Inglés.

Él, me sube hasta la cintura la prohibitiva falda que me estoy probando y me arranca las bragas como si fueran de papel, con habilidad y rapidez. Tiene la energía de la juventud y la maestría de la experiencia, sabe lo que se hace…y eso me pone aún más cardíaca.

Sé que no soy la primera que se folla del trabajo, y tampoco me importa…más bien lo contrario. . Sus manos recorren mis muslos y a medida que se acercan a mi vagina yo siento un calor intenso que me quema dentro. Experimento una sensación de libertad y felicidad que jamás había sentido con el trozo de carne insípido que tenía por marido.

Enseguida el probador se nos queda pequeño. Él, que es el amo y señor de la situación, me coloca y domina a su antojo. No me dice nada, no le hace falta. Simplemente, lo hace. Yo tampoco digo nada, no me salen las palabras.

Cuando él decide que ha llegado el momento de dejar a un lado los preliminares, cuando cree que no puedo estar más caliente y receptiva me dice al oído, mientras me muerde el lóbulo de la oreja: “Ahora, te voy a follar”. Y a mí me empiezan a fallar las piernas solo de imaginarlo.

Con un movimiento certero y preciso cual cirujano, pero salvaje y pasional a la vez, me coloca delante suyo. Me introduce uno de sus dedos, como si quisiera asegurarse de que estoy lo suficientemente excitada, y juguetea con él unos minutos dentro de mí hasta que me corro por segunda vez en mi triste vida. No puedo aguantarme más los gemidos, ya no me caben en la boca. ¡A la mierda todo! Si lo hacemos como animales, lo hacemos como animales. Suelto mi primer alarido y se hace el silencio en los demás probadores. Ya tengo la atención de todos.

Me mete su miembro muy poco a poco, después de haber estado jugando un rato con él entre mis labios. Introduce solo la puntita y, de golpe, me embiste con tanta fuerza y furia que saca mi cabeza fuera del probador, por uno de los lados de la cortina, donde varias personas están expectantes con lo que ocurre conmigo, con Pedro y el enorme miembro de Pedro. No me atrevo a mirarles pero tampoco me atrevo a parar. Él no me ha dicho que pare y temo desobedecerlo. Me coge del pelo, como si fueran mis riendas, para hacerme saber que sigue al mando,que mi cuerpo solo le pertenece a él. Cada embestida es una inyección de placer que me saca un poco más del probador, donde ya solo se oculta mi tren inferior. Debo colgarme literalmente de la cortina para mantener el equilibrio, aunque siento que en pocos segundos me fallarán las fuerzas.

-¿Estás bien? No haces buena cara. ¿A ver si vas a tener fiebre? -Me preguntó Lola. Más pendiente de mi de lo normal.

Una gota de sudor se me mete en el canalillo. Sudo. Fantaseo. No sé cuánto tiempo hace que mi imaginación echó a volar y abandonó mi cuerpo.

-Sí, sí, Lola, estoy bien. Algo del desayuno me ha debido sentar mal.

Mis pezones se han encabritado. ¡Madre mía! Fantasear a mi edad como lo hacen las adolescentes con sus cantantes favoritos. “¡Qué vergüenza! ¡Qué ridículo! Soy una mujer hecha y derecha, he triunfado en la vida, estoy casada” , me reprendo.

Pedro, ¿quién me lo iba a decir? Simplemente fantaseando con él, había sentido cosas totalmente desconocidas por mi…¡a mi edad!. Mi marido, el único varón que había penetrado en mi cuerpo no me había conseguido jamás algo parecido. Él era muy formal y católico, como yo…o eso creía hasta hoy. El caso es que aunque me sentía sucia y pecadora, valía la pena el precio a pagar si eso me hacía sentir viva y mujer.

Intenté no pensar en él más, tenía que trabajar, pero no podía. Una ola de calor me invadía todo el cuerpo, de los tobillos a las orejas a través de mi espina dorsal . Necesitaba placer y el trabajo no me lo daba. Me quedé mirando a Pedro otra vez. Me seguía preguntando si sería consciente del efecto que provocaba en mí.

Necesito placer aquí y ahora.

Me convencí rápidamente.

Crucé los brazos para disimular, en la medida de lo posible, que iba a estimularme los pezones. Conseguí meter dos dedos entre los botones de mi camisa para poder hacerlo con discreción.

No cierres los ojos, pon cara de póquer.

Parecía que la cosa funcionaba, nadie me miraba, no debía importarle a nadie. Lo de los pezones me alivió un poco pero necesitaba más. Me senté en el borde de la silla para notar el canto de esta en mi hinchada vulva. Me empecé a mover torpemente, simulando nerviosismo, buscando suministrarme diversión. Me aliviaba un poco, pero quería más. Era como una yonki del placer y necesitaba más a toda costa. Ni siquiera quería reparar en si llamaba la atención. Recordar mi fantasía del probador, siendo observada por desconocidos, hacía plantearme si me importaba o no que me pillaran masturbándome en el trabajo. Empezaba a pensar que valía la pena meterme la mano bajo la falda.

Ya no pensaba con claridad.

¡Claro que merecía la pena!

Me remangué hasta donde pude la falda mientras seguía sentada. Respiré hondo sabiendo que en aquel momento mi carrera se iría al traste y me dispuse a darme el placer que sabía que no me iba a dar.

Otra mano, la de Lola, lo impidió.

-Soraya, cariño, córtate un poco, que estamos en el Congreso…¡que hay cámaras por todos lados!- dijo con voz mitad burlona, mitad incrédula. Ella tampoco se creía lo que estaba a puntito de hacer.

Volví de golpe a la realidad. Sudada, excitada y avergonzada. Me arreglé la ropa como buenamente pude y fui a refrescarme otra vez al baño. Al volver, ya estaría de nuevo dispuesta a odiar a Pedro y venerar a Mariano. Eso era lo políticamente correcto.

José Ramón Vera

7 comentarios en “Políticamente incorrecto

  1. Felicidades, Jose Ramón! Leyendo el relato te pones «tan mala» como su protagonista, jaja!
    La historia está bien llevada, magníficamente descrita, es muy sugerente, y tiene esas pinceladas de humor que la hacen tan «humana» …Ay, ese probador! Jaja! 😉

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  2. ¡¡¡¡Tío es alucinante!!! He «flipao» con el relato (perdonad yo también quiero ser incorrecto en mi comentario) Jose ramón enhorabuena, por muchos motivos. Imaginación -la que no tienen los politicos para resolver los problemas), ritmo y valentía ( la que no tienen nuestros dirigentes) y más cosas pero me quedo con esa narración tan imaginativa tuya y me reafirmo en que lo imaginado lo soñado en muchas ocasiones perfecciona lo acontecido. Gracias por dejármelo leer.

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