Dualidad

dualidad

Sonó el interfono. La primera vez fue una pulsación corta y seca. Lo ignoré…

Volvió a sonar, esta vez de manera larga e insistente. Me dirigí al cuarto de baño, entré y cerré la puerta corriendo el pestillo, de manera inusual. Me desvestí para deslizarme en el interior de la ducha. Abrí el grifo del agua caliente y dejé que el chorro me salpicara directamente en la cara. Intenté concentrarme en el sonido sordo del agua corriendo para olvidarme de que estaba allí pero aun así podía percibir cada uno de sus movimientos. Ya había entrado en casa, soltado las llaves y se había acercado hasta la puerta del baño. No estaba segura de oírle en realidad, era probable que mi memoria auditiva se empeñase en recordarme que seguía ahí.

Permanecí unos minutos más debajo del agua que me purificaría e impediría que pudiese leer en mis ojos la vergüenza y limpiaría todo resto de huellas para darme una aparente normalidad. También ganaría tiempo para adaptarme de nuevo a su presencia de nuevo. Esta situación se repetía cada vez con más frecuencia desde las últimas semanas y aunque era consciente de que debería acabar con ella no sabía ni cómo hacerlo ni cuándo.

Alonso notaba mis cambios y se esforzaba por adaptarse a mis compases pero yo cada vez me sentía más cobarde, más culpable y avergonzada de no poder quererle como él merecía. Sus constantes viajes que al principio me incomodaban y se hacían eternos ahora eran mis respiros entre dos vidas que solapaban a mi yo real ocultándolo.

Me había convertido en otra persona, o puede que en dos personas disconformes, quizá fuésemos dos medias personas con graves carencias cuando era una o cuando era la otra, avergonzada pero viva unas veces, plena pero culpable otras.

No quería seguir viviendo aquella farsa en la que sufría cada vez que me sonaba el móvil o en la que mi piel se tensaba y cambiaba  el tono de rosado a sepia cuando temía ser descubierta por uno…o por el otro. Era difícil separar en mi mente las experiencias vividas o escuchadas de labios de cada uno de ellos y separarlas luego en dos carpetas mentales imaginarias para no meter la pata e invertir las situaciones.

Buscaría el valor necesario para destruir a uno de mis dos «yoes»…pero ¿a cuál?

Cerré el grifo y me sequé con suavidad. Salí del baño envuelta en mi albornoz blanco, me acerqué a él y le besé con ternura en los labios aplazando una vez más la hora de la verdad.

 

Mar González

 

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